SANTORAL - ONOMÁSTICA

Las claves léxicas de los nombres

¿SANTOS O DIVINIDADES MENORES? 

El cristianismo fue una religión sincrética y conciliadora de cultos y culturas; y sigue siéndolo: los misioneros saben mucho de esto. Es una característica propia de todas las religiones con vocación universalista (univértere es llevar a la unidad elementos diversos; la propia visión del universo como una unidad, es un gran prodigio de síntesis y conciliación de lo diverso). Esta inclinación no la heredó del judaísmo, monoteísta hasta la médula, sino de la religión romana, tan proclive al politeísmo que no tenía inconveniente en incorporar al panteón (pan  (pan) = de todos; qewn  (zeón) =dioses), es decir al templo de todos los dioses, a las divinidades de los países vencidos o anexionados; del mismo modo que todo conquistador se ha sentido honrado de tener en su corte a los reyes y príncipes de los pueblos vencidos y sojuzgados.  

El cristianismo (llamado luego catolicismo, es decir “universalismo” (kaq-olon (kaz-ólon) significa “por todo”) tomó también de Roma la fuerte tendencia a la apoteosis, es decir a la divinización de los benefactores de la sociedad; lo que no hacía más que incrementar el número de dioses (eso sí, se trata siempre de dioses menores) del panteón romano. En la época del imperio la apoteosis era privilegio de los emperadores al morir (algunos prefirieron adelantarla en vida: les gustaba recibir el culto y la adhesión debida a los dioses). Esta inclinación tenía sus raíces en el culto doméstico de la Roma arcaica, cuando cada villa – estado tenía sus propios dioses, llamados lares (es decir dioses del hogar). La familia, es decir toda la servidumbre del soberano, llamado paterfamilias, tenía entre sus obligaciones más sagradas, la de rendir culto a los antepasados del paterfamilias, que era a la vez el sumo sacerdote de ese culto. Así fue como se formó un pequeño panteón en cada hogar (viene de focus, fuego; el lugar en que se guardaba y se usaba el fuego en cada casa). Recordemos que en aquel entonces el fuego era sagrado, pues sólo del cielo se podía obtener, enviado en las tormentas en forma de rayo incendiario por los dioses de la naturaleza. Era por tanto sagrado el hogar, el fuego que en él se guardaba, y los dioses que en él se adoraban, representados por toscos iconos. 

Cuando en la Roma antigua se crearon los primeros embriones de ciudades (aldeas fortificadas) constituidas por la unión de varios soberanos de villas y familias que necesitaban unirse para defenderse de las hostilidades de los nómadas que vivían de la recolección y la rapiña, fue inevitable crear un Estado que los agrupase, al que tuvieron que transferir parte de su jurisdicción y de su soberanía (siguieron manteniéndola absoluta sobre sus esclavos y demás miembros de la familia). También entonces hubo que crear un panteón común de toda la cívitas (que así llamaban a la agrupación de soberanos, paterfamilias u hombres libres, luego llamados patricios, que todo venía a ser lo mismo). Los dioses familiares siguieron en su ámbito doméstico, y se elevaron al panteón de la cívitas los antiquísimos dioses de la naturaleza, que eran objeto de cultos locales (estaban ligados a lugares geográficos muy concretos: sobre todo altos montes) en los que coincidían numerosos pueblos que formaban sus primeras ligas y alianzas (esas fueron las primeras ferias) justo para dedicarse al culto de los dioses comunes. Precisamente de esa coincidencia religiosa nacieron las primeras comunidades políticas.