SANTORAL - ONOMÁSTICA

NUESTRA SEÑORA

Los tres grandes títulos de María son: La Madre de Dios, Nuestra Señora y La Virgen. Con el determinante como pieza inseparable. Funcionan los tres como nombres, sin añadirles nada más, o como epítetos. Cuando se usan en calidad de nombres sustituyen al nombre; sólo "la Virgen" va acompañada a menudo del nombre propio: La Virgen María. María es el nombre propio, los demás son títulos que acompañan siempre a cada una de sus advocaciones. De tal modo que tanto si se explicita como si no, en todos los nombres de mujer relacionados tanto con las advocaciones locales como con las demás fuentes onomásticas de la Virgen, (Montserrat, Guadalupe, Macarena, Gador, Fátima, Nieves, Almudena, Victoria, y así muchas decenas de nombres), en todos ellos subyace el nombre propio María, que la Iglesia se ha esforzado en explicitar en los bautizos y en los registros respectivos. Por eso a la hora de estudiar estos nombres no se puede obviar algo tan evidente.

En cuanto al hecho de la denominación es de notar que en nuestra lengua, María nunca forma parte del nombre de las "Vírgenes". Todas ellas se llaman "Virgen de la Paloma, de Nuria, etc." "Nuestra Señora del Carmen, del Pilar, etc.", "La Madre de Dios de Montserrat, de Meritxell, etc." Ésta es la forma propia del catalán, usada muy excepcionalmente en español, y por evidente influencia del catalán. El único caso en que el nombre de María acompaña a los de estas advocaciones, es cuando se recurre al tratamiento eclesiástico, que es "Beata Maria Virgo"; así el oficio de la Virgen de Monserrat lleva por título en el Missale Romanum, "Beatae Mariae Vírginis de Monte Serrato"; el del Pilar, "Beatae Mariae Vírginis de Columna". El adjetivo Beata (traducido como "Bienaventurada") equivale a Sancta, pero está reservado a la Virgen por considerarse de mayor categoría. La traducción es de todos modos "Santa", y así decimos "Santa María de Loreto", pero sólo como reflejo de la forma latina. El caso es que entre todas las opciones hemos acabado prefiriendo Nuestra Señora (recordemos que en italiano es la Madonna y en francés Notre-Dame), lo que nos lleva una vez más al análisis léxico en profundidad: ¿qué hace que unos pueblos la llamen María a secas, otros Santa María, otros Santa María Virgen, otros La Virgen, otros Mi Señora, otros Nuestra Señora, otros La Madre de Dios, otros, casi casi Nuestra Dama? Es imposible entrar en este análisis sin afrontar de cara lo que implica cada una de estas denominaciones en la idealización del concepto de mujer que hay en todas ellas. Nos guste o no nos guste, tras el culto a la Virgen María ha estado siempre agazapado el culto a la mujer, como lo estuvo en el culto a las diosas. Fue siempre el noble y límpido espejo en que se miró la mujer. También en María se cumplió la ley universal de todas las religiones: los hombres se reflejan en sus dioses, o los dioses se reflejan en sus hombres. Y ese reflejo lo tenemos en los nombres, en el culto, en las doctrinas. Un estudio serio de por qué en la cultura occidental, es decir en el humanismo cristiano, la mujer ha alcanzado un grado de respeto, libertad y dignidad incomparables a las de ninguna otra cultura, necesariamente ha de pasar por la teología mariana, porque María fue el crisol en que empezó a fraguarse la mujer occidental; de modo que si no hubiese estado labrándose ese modelo, no hubiese llegado donde ha llegado. He ahí un gran nombre.

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