Del latín "Virtus", que es un derivado de "vir",
que significaría "hombre" si no se le hubiese ido a esta palabra toda la
sustancia por los descosidos.
En efecto, en Roma existían dos clases de hombres muy diferentes entre sí, el "vir"
y el "homo". Por simplificar, el "vir" se
correspondería con el señor, el guerrero, el hombre libre, el que no es propiedad de
nadie, y sí en cambio propietario de tierras, ganados, hombres, mujeres y niños. El
"homo", en cambio, se correspondía con el esclavo, del que era
prácticamente sinónimo. El "vir" vivía de la depredación de toda
clase de bienes, entre ellos, de otros "viri" a los que convertía en "hómines".
Bien está, por tanto, la denominación de "Homo Sapiens" para
nuestro antepasado, si como muchos sospechan, era él el cazado y el devorado. Pero si los
restos con los que se ha construido el eslabón corresponden al cazador-devorador, más
propiamente se le debería llamar "Vir Sapiens".
La "virtus" era el conjunto de comportamientos gracias a los
cuales el "vir" podía mantenerse como tal. Y la falta de "virtus"
era el conjunto de comportamientos que le podían hacer perder esta condición y que
tenía que practicar en sumo grado cuando era sometido a la condición de "homo"
o "servus". La "virtus" era, pues, el código de
conducta del dominador, y la "humánitas" el código de conducta del
dominado.
Este par de palabras, "virtus" y "humánitas" han
contenido durante milenios las esencias de lo que hoy llamamos "la humanidad".
Los cambios profundísimos de ésta nos dan la medida de cómo ha tenido que ir cambiando
el significado de estas palabras, que se han mantenido invariables mientras la realidad
que denominaban iba dando giros copernicanos y cambiando de órbitas.
En efecto, para cuando Horacio dice "Virtus in medio est", la virtud
está en el medio, o cuando Cicerón en un arranque de humildad confiesa: "Homo
sum, nil humanum a me alienum puto", soy hombre, nada humano considero ajeno a
mí,
han tenido que cambiar muchísimo los valores de estas palabras. Y eso sólo era el
principio. El cristianismo y la Revolución Francesa acabaron de consumar la fusión del
hombre dominador y el hombre dominado en una sola palabra, "hombre", dejando la
de "señor" (heredera de "vir") como reliquia para usos
protocolarios. Y la palabra "virtud" se ha llenado con los valores que
corresponden a esta fusión del dominador y el dominado, con un predominio del dominado,
como se desprende de la realidad y de la propia palabra elegida para denominar el nuevo
producto de la fusión.
Es oportuno señalar que de la misma raíz que "virtud" (de "vir")
procede "virilidad"; pero dejaré esta derivación para ocuparme de ella el DÍA
DE VENUS.