DIOS - EL SEÑOR

(continuación)

Quedamos en que el primer nombre de Dios, aquel con el que primero aparece en la Biblia, es "Eloim", que significa "Los Señores" y que tiene también valor de nombre común para denominar a los otros dioses.

No teniendo más referente que el nombre, siendo éste un nombre común y teniendo un valor polisémico, que lo hace igualmente válido para denominar a Dios, a los dioses y a los señores, la única deducción posible en la determinación del valor semántico de la palabra "Dios" es que es inseparable del valor de la palabra "señor", hasta el punto que la sinonimia de ambos términos sigue manteniéndose intacta hasta hoy en todas las lenguas de nuestro ámbito cultural.

Hay que ir, pues, a indagar cuál es la realidad que denominamos con la palabra "señor", para acercarnos a todo lo que da de sí el conocimiento de las cosas a través de los nombres que nosotros mismos les hemos puesto.

Como ocurre con todas las cosas que tienen cualquier tipo de relación (de afinidad, de complementariedad, de oposición...) y con las palabras que las denominan, que es imposible definir esas realidades sin definir al mismo tiempo sus afines, opuestas o complementarias, así sucede con el término "señor": que es imposible definir la palabra y la realidad que tras ella se esconde, si no definimos al mismo tiempo la palabra con la que comparte la frontera más extensa y controvertida, juntamente con la realidad que tras ella se esconde. Me refiero a la realidad que denominamos "hombre".

No es fácil centrar este análisis y estar de acuerdo con él, porque mientras la palabra "señor" como denominador común de Dios y de los los hombres a los que se denomina "señores", y la palabra "hombre" han seguido manteniéndose invariables a lo largo de bastantes milenios (documentables, al menos cuatro), la realidad que denominamos con este par de términos ha dado unos cuantos giros copernicanos.

"Dueño o propietario de hombres" sería la definición más ajustada del valor que ha tenido el término "señor" hasta hace unos pocos siglos. Los hombres que tenían propietario eran llamados "esclavos". Con la abolición de la esclavitud se refundió la doble realidad "señor-esclavo" en una sola, "hombre", cuyo único desdoro semántico es que la palabra nació y perduró como sinónimo de esclavo.

(continuará)