VERDAD
Vamos al trapo. Entre las posibilidades de parentesco que se le ofrecen a Véritas
(ac. Veritatem) en su campo léxico, parece que es el verbo véreor, véritus
sum, vereri, su más próximo pariente. De la forma nominal véritus
al sustantivo véritas, hay sólo un tiro de piedra. La sustantivación en -itas
-itatem puede muy bien tener carácter iterativo. Suponiendo que esta
hipótesis esté bien encaminada (la verdad es que no queda margen para mucho más), véritas
sería una sustantivación de véreor.
Vereor significa avergonzarse. Son familia segura de este verbo, verecundia,
que significa vergüenza; reverencia, reverenciar, reverendo, irreverente. Verecundia
es el pudor, la modestia, la moderación, el respeto; y por el enrojecimiento que
produce la vergüenza, se llama también verecundia al color encarnado que toman
las cerezas madurando. Reverendo sería en rigor aquel ante quien hay que avergonzarse o
comportarse con moderación. Y reverencia, la actitud sumisa ante quien está por encima
de nosotros. Y ¿por qué no habría de ser la véritas la forma hablada de
la verecundia? No andan tan lejos. Más aún, si a alguna palabra conviene derivar
de res, tal como aceptan bastantes etimologistas que deriva vereor,
más le conviene ese origen, desde el punto de vista semántico, a véritas.
Pero no es eso sólo; cuando nos pasamos a la palabra con que los griegos denominan la verdad,
nos encontramos con que es alhqeia (alézeia),
compuesta de a privativa, más
lhqhV (lezés) = oculto,
escondido; de lanqanw (lanzáno)
= estar escondido; con lo que la verdad en griego sería la virtud de no ocultarse
y por extensión de no ocultar y de no olvidar nada. Una virtud, en fin de cuentas,
orientada a no evadirnos del control de nuestros dominadores. En cualquier caso, en griego
con toda seguridad, y en latín con razonable probabilidad, la verdad no parece
diseñada para uso de los dominadores, sino de los dominados, y para benificio de
aquellos.
Pero cuando la verdad es absoluta y por tanto única, la actitud
de los que tienen que "hablar con verdad" ante los sagrados administradores de
la misma, ha de ser de total humildad y sometimiento. Ha de ser la recitación de las
santas jaculatorias tal como emanan de la fuente de toda verdad con una fidelidad
escrupulosa. La verdad no puede emanar de quien ha de estar sometido a ella, sino del
poder. El dominio por la verdad es el más alto nivel de dominación. El que no posee la
verdad ha de beber de la mano de su dueño, que es el dueño de la verdad. El que tiene la
suerte de militar en el bando de la verdad, puede ahorrarse el trabajo de pensar, tan
arriesgado por otra parte. Le basta repetir reverentemente lo que sus reverendos prebostes
dicen, para tener garantizada la paz de su mente y de su conciencia. Sin humildad, sin
menosprecio de la propia capacidad de saber, sin sumisión sincera, no puede abrirse paso
la verdad absoluta. Por eso hay que comprender que quienes están en posesión de
la misma se irriten profundamente cuando ven que es tan irreverentemente pisoteada y
profanada.
Mariano Arnal
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