TRANSICIÓN
Como muy bien dice Nicolás Maquiavelo, una guerra nunca se evita, tan sólo se aplaza.
A la salida del franquismo, y como reacción a su nacionalismo españolista, nos esperaba
un problemón: el nacionalismo antiespañolista.
Trans ire son un par de palabras latinas que se entienden muy bien: trans
significa a través de, y ire significa ir. Por consiguiente, transire será
pasar a través de, atravesar. Cuando alguien decide pasar de un sitio a otro, que eso es
también atravesar, sabe cuál es el sitio al que va. De lo contrario, a eso no se le
puede llamar transición, sino aventura. Visto el movimiento continuo de los nacionalismos
y la sistemática incorporación de esos movimientos al derecho y a la praxis de todo el
Estado español, forzoso es decir que no se ha acabado la transición. Que sabíamos de
dónde queríamos salir, y efectivamente salimos, atropelladamente, sin saber en absoluto
hacia dónde íbamos. Tampoco lo sabemos ahora, porque es totalmente imprevisible hasta
dónde seguirá el Estado español cediéndoles terreno a los nacionalistas; un terreno
que si fuese del Estado exclusivamente (¿es eso posible?) no importaría tanto; pero se
trata de terreno de unos ciudadanos que el Estado les cede a otros ciudadanos. Desnuda a
un santo, hasta dejarlo con sus vergüenzas al aire, para vestir a otro que anda sobrado
de ropa. Uno se pregunta por qué no organizan todo eso en Francia, donde sus derechos
nacionales ni existen; y uno llega a la conclusión de que le zurran al que se deja.
El nombre de transición se le dio oficialmente al salto de las Cortes
franquistas a las Cortes democráticas, mediando un período constituyente (que lo
fue de hecho, pero no de derecho; polvos que traen lodos). Si entonces sabíamos con
absoluta certeza que la transición era de la dictadura a la democracia, hoy no
sabemos en absoluto hacia dónde vamos tan acelerados. Aunque no podemos decir con
precisión que vayamos, sino que nos llevan a rastras. Con lo cual quizá sería más
adecuado llamar a este período el arrastre (como siempre, unos arrastran y otros
son llevados a rastras, hasta que aprendan a arrastrarse ellos solos). No sabemos, pues,
hacia dónde nos arrastran ellos y hacia dónde nos dejamos arrastrar nosotros.
Respecto al gran salto de la dictadura a la democracia (todos iguales), resulta que de
lo dicho, nada. Los más antiguos del lugar tienen más derechos que los que llegaron más
tarde, y su cultura es superior: la democracia se restringe en favor de la tierra. Y se
institucionaliza la violencia; y a los malos de la película se les hace la vida
imposible, a ver si se largan, porque hay que hacer limpieza. Y al gobierno le parece
perfecto, porque manda a la policía a vigilar que los enfervorizados nacionalistas no
tengan ningún percance durante el ejercicio de su libertad. De alta tensión es ésta,
mientras que la libertad de los otros es de baja intensidad. Aún estamos en tránsito,
pero no sabemos hacia dónde. A unos les va mejor el viaje y a otros peor. Unos saben
dónde van (no si llegarán) y otros prefieren no mirar.
Mariano Arnal