¡Hay que ver las vueltas que da la vida y los vuelcos que dan las palabras! Vivir
de renta ha significado siempre vivir sin dar golpe; pero ahora, zambullidos en el
Estado del bienestar, resulta que todos somos rentistas. Los diccionarios antiguos definen
la renta como el rendimiento económico obtenido de los bienes propios trabajados por
terceros. Mientras los modernos incluyen en el concepto de renta, el producto del propio
trabajo.
El análisis de esta palabra nos ayudará a contemplar nuestra realidad con otra luz.
Procede del latín vulgar réndita, que por caída de la débil postónica se
convierte fácilmente en renta. Réndita procede de réddita,
participio perfecto pasivo de rédeo / réddere, que significa volver, regresar,
cuando se trata del sujeto; y devolver cuando se trata del objeto; el rédito es el dinero
devuelto con incremento, y luego sólo el incremento. Pero hay algo inamovible tanto en la
renta como en el rédito: uno es el que cobra la renta, el propietario de un bien
productivo que se cede en explotación; y otro es el que paga la renta, y éste es
aquel a quien se le ha cedido ese bien para que le saque el rendimiento. Confundir a
ambos, como se hace actualmente, llamando rentistas tanto al que explota como al que es
explotado, es una zafiedad o una corrupción interesada.
El que cobra rentas acredita la propiedad del bien del que extrae esas rentas. Y el que
las paga reconoce mediante este acto de servidumbre, que el dominio de aquello por lo que
paga la renta no es suyo, sino del que le cobra. El cobro de impuestos es históricamente
y sigue siéndolo fácticamente un acto de dominación. Cuando pagamos "la
renta" no estamos pagando nuestra renta, sino la renta que de nosotros tiene derecho
a obtener el Estado. Esa es la película. La palabra renta ha ido acumulando muchos
especificativos:de la Corona, de alcoholes, de Correos, del excusado, de población, de
sacas, de habilidad... Todas se refieren o bien a impuestos del Estado, o bien a
rendimientos que se obtienen de una propiedad mediante el trabajo de terceros. Este
último, llamado también renta del trabajador, es el diferencial que obtiene el
patrón gracias a la mayor habilidad de un trabajador que en el mismo tiempo, y por tanto
con el mismo costo que los demás, le produce mayor rendimiento.
No nos engañemos: la declaración de renta es el acto en el que le
confesamos al Estado (antes fue a la Iglesia, a cuenta de los diezmos) todo lo que
cobramos al cabo del año (que no es fruto de rentas, sino de trabajo), para que él pueda
cobrarse su renta, es decir el rendimiento que de nosotros tiene derecho a
obtener en virtud de su calidad de propietario-administrador del tinglado para el que
trabajamos. Está claro que no fuimos nunca, ni lo somos ahora, propietarios de nuestro
trabajo. Una parte importantísima del mismo pertenece al Estado (suena más piadoso decir
"a la comunidad"). Esa es la historia; la filosofía con que hay que explicar
eso, es harina de otro costal.