NORMALIZACIÓN
Toda palabra es definida especialmente por su contrario, cuando lo tiene. Es
precisamente el contrario el que más contribuye a definirlo. No en los diccionarios, sino
en la conciencia de los hablantes. Una normalización presupone una anormalidad.
Y cuando la normalización se ejerce sobre las personas y no sobre las cosas, es que se
pretende sacar a las personas de esa anormalidad.
Tras la palabra y la política de normalización lingüística del gobierno
catalán, hay un brillantísimo trabajo de configuración de la realidad a partir de una
palabra, que ha estado y sigue estando ahí como bandera inamovible, cuyos colores y
emblemas van cambiando lentamente. La palabra vio la luz hace casi 20 años, en una
espectacular campaña propagandística cuya imagen visible era una especie de Pippi
Langstrum en tamaño natural, de cartón, que te encontrabas en todas partes y de cuya
boca salían las palabras "Sóc la Norma". Mensaje dirigido a los
catalanohablantes para decirles que tenían que tomar conciencia de la necesidad de
someterse a las normas ortográficas y léxicas necesarias para la unidad y la fortaleza
de la lengua. Estaba claro, era la lengua, la que estaba en clara situación de anormalidad,
y se pedía la acción conjunta de todos sus hablantes para conducirla por el camino de la
norma. Pero esa fue sólo la primera fase, la puramente técnica, cuya bondad era
evidente, y que por tanto generó confianza en la palabra, muchas adhesiones a la
causa y ni el más mínimo rechazo.
Llega la segunda fase y se amplía el concepto de normalización lingüística.
Se trata de convertir el catalán en una lengua de prestigio en todo el territorio y de
hacer que los castellanohablantes se interesen en conocerlo y en hablarlo. El principal
argumento es el bilingüismo. Una lengua más, siempre enriquece a la persona que
la habla, y la capacidad de atender a cada uno en la lengua que ama, es un exquisito
detalle de cortesía. Esta parte de la campaña se dirige muy especialmente a los
comercios y resulta también muy brillante. El éxito es espectacular. Los
castellanohablantes tienen a gala ser capaces de expresarse también en catalán. Tienen
claro que con este esfuerzo y con esta cortesía aumentan de forma notoria su valor
personal.
Tercera fase de la normalización lingüística. La tesis es
simple: constituye una insultante anormalidad que un territorio con etnia propia y
con lengua propia, tenga que soportar la invasión de la lengua y la cultura de las etnias
foráneas. Hay que seguir profundizando, pues, en la normalización y hay que
abandonar la tesis del bilingüismo. En esta nueva fase, la normalidad
consistirá en arrinconar el español en la escuela, en la rotulación, en el etiquetado,
en los organismos oficiales, en los medios de comunicación, en el cine... hasta que se
consiga dejarlo como lengua residual. La lengua española ha pasado a ser una grave anomalía
en territorio catalán, y los que lo hablan, necesitados de enérgicas acciones de normalización.
Mariano Arnal
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