FISCO
Del latín fiscus, que era una cesta de mimbre o junco para guardar
dinero. Parece tener alguna relación esta palabra con la raíz griega fusk- (fysk-) que hace referencia a
engorde, a cosa ventruda o inflada. De ahí se pasó a los significados de caja de
caudales, hacienda pública, fisco, tesoro imperial, caja imperial. Al impuesto que
pagaban los judíos para el emperador de Roma lo llamaban iudaicus fiscus. Al
principio se utilizó la palabra fiscus para denominar el tesoro del príncipe, por
oposición al del Estado. Después se usó también para denominar el tesoro del Estado,
puesto que podía disponer de él el príncipe.
Adoptando la nomenclatura romana, las Partidas asignan el nombre de fisco o cámara
del rey, al tesoro o patrimonio de la Casa Real; y el de erario, al tesoro
público o del Estado. Igual que en Roma, se confundieron ambos conceptos al confundirse
ambas cajas. La lengua tiende a relegar esta palabra, por la mala prensa que se ha
labrado. En torno a ella han surgido palabras tan poco tranquilizantes como confiscar y
fiscalizar. Y colateralmente, fiscal y fiscalía, que aunque pertenezcan al ámbito
judicial, delatan su origen impositivo.
El término confiscar nació inocente. Significaba tan sólo acopiar en el
fisco, hacer ingresar dinero en la caja imperial o fisco; y finalmente se dio este
significado a la acción de apropiarse de bienes de los ciudadanos a beneficio del Estado.
Es la mayor acción coactiva, y normalmente se llega a ella mediante sentencia, si se
trata de los bienes de alguien con todos los derechos de ciudadanía; o mediante edicto o
decreto, si se trata de segmentos de la población que no gozaban, o dejaron de gozar de
la plenitud de derechos civiles, como los moros y los judíos durante la Reconquista, y
estos últimos hasta hace cuatro días, en la segunda guerra mundial; y en general siempre
que acaban enconándose los nacionalismos o se radicaliza el poder político.
Y llegamos al término fiscalizar, que tampoco es muy tranquilizador. El simple
hecho de estar sometido a un régimen fiscal, conlleva la carga de ser fiscalizado. A
partir de ahí se está en libertad vigilada. Desde el momento en que al Estado le
reconocemos el derecho de propiedad sobre una parte de nosotros mismos, desde que
aceptamos que es nuestro rentista, que tiene derecho a sacar de cada uno de nosotros una
renta, como corresponde a cualquier propietario respecto a su explotación, aceptamos al
mismo tiempo su derecho de fiscalización. De ahí que tengamos el deber de declararle
todas nuestras actividades productivas o susceptibles de serlo, todo aquello que aporte o
pueda aportar beneficio o ahorro económico a nosotros o a los demás; porque de no
hacerlo, tendremos sobre nosotros amenazante la sombra del fisco. La realidad profunda no
cambia; ni siquiera las palabras que la definen. Lo que sí cambia son las explicaciones
nuevas a cosas inmensamente viejas. Pasamos de esclavos, a carne de fisco. Nos
manumitieron porque no nos podían mantener. Confiscados somos más útiles.
Mariano Arnal
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