MENTE
Para contextuar esta palabra en nuestra lengua,
nos conviene verla en medio del campo léxico que genera: las
defectivas demente y demencia son las que más nos ayudan
a fijar el significado básico. Si la demencia, es decir la falta de
mente es la falta de cordura, la incapacidad de regir la facultad
de entender y es causa de graves desarreglos de la conducta, habrá que
deducir que la mente es la facultad de regir el pensamiento y
la conducta. En esa misma línea está el adjetivo mental, uno de
cuyos usos más frecuentes es precisamente acompañando a enfermedad,
enfermo, deficiente, hospital. Observemos de paso que cuando se han
querido sustituir estos nombres por terminología griega, hemos ido a
parar al término que se acerca más al alma:
yuch
(psyjé),
y de ahí hemos formado psiquiatra, psiquiátrico (eludiendo el
sustantivo hospital), psicótico, psicosis.
Un
paso más allá tenemos la mentalidad, que hace referencia a las
variedades posibles dentro de una construcción equilibrada de la
mente. También con este término, el referente es el alma o
el espíriu: tener mentalidad de artista, de carnicero,
de banquero, de mendigo, es como decir que se tiene alma o espíritu de
artista, de carnicero, de banquero, de mendigo. Es la misma mente
que nos dejaron en herencia los latinos (mens sana in córpore sano),
que podemos traducir y en efecto vemos traducido indistintamente por
mente, alma o espíritu. Pero es que la evidente coincidencia con la
raíz griega men-
(men)
nos vuelve al mismo sitio:
menoV
(ménos)
es para los griegos el alma, el principio de vida, pero también la
voluntad, la pasión, el coraje, el ardor. Y esa es, ¡oh casualidad!,
la primera palabra de la primera gran obra literaria de nuestra
cultura: Menin aeide
(ménin áeide)…
el alma canta, oh diosa, del pelida Aquiles, que produjo
miríadas de dolores a los aqueos y que arrojó al Hades muchas almas (yucaV
(psyjás))
insignes de héroes…
Mucho más allá nos lleva el verbo mentar, que de hecho es la
verbalización del sustantivo mente (formas más arcaicas del
mismo son dementar y ementar); se trata en definitiva de hacer
mención de algo. Pero esta última palabra no la hemos obtenido
nosotros directamente de mente, sino que ya nos la dio el latín
formada: mentio mentionis y con el mismo significado. Los
lexicólogos, por ser forma propia de sustantivación de un verbo
prefieren considerarla procedente de mémini, que significa
recordar. De todos modos la mente y la memoria están
emparentadas desde su misma raíz. Mentar es bastante más que
decir o nombrar; éste es un verbo con alta carga anímica. Mentarle a
uno los muertos, o la madre es ir a mayores, es remover las memorias y
los ánimos.
Pero quizá lo más sorprendente de todo el desarrollo de la palabra
mente es que se haya convertido en lexema, es decir en una pieza
gramatical, que sirve para formar el adverbio a partir de cualquier
adjetivo, de manera que al decir: “haré lo que buenamente
pueda”, de hecho estamos diciendo: “haré lo que pueda actuando con
buena mente”, es decir con buena disposición, con buen ánimo.