LAS COSAS Y SUS NOMBRES  NOMINA RERUM                                    Mariano Arnal


POSTULADO

La razón es una herramienta, y como tal tiene sus serias limitaciones. Eso es un secreto a voces precisamente en la filosofía, que es la principal usuaria de esta herramienta y la somete a más duras pruebas. La razón no puede partir de cero, sino que se ha de apoyar en sus antagonistas los sentidos, o ha de pedir que se le conceda el salvoconducto sin acreditarse suficientemente. Lo difícil, lo imposible más bien, es empezar del cero absoluto, porque sobre la nada no se puede sostener nada. Descartes se sintió genial al afirmar: "Pienso: por consiguiente, existo". Creía que había asentado a partir de la nada la primera certeza sobre la que construiría su filosofía. Pero eso no es más que una forma distinta del postulado, tan gratuita como las demás.

¿Qué es postulare? Pedir, suplicar, pretender, exigir. Es un intensivo de posco, póscere, con el mismo significado. En derecho se emplea incluso con el valor de acusar. Los postularia fúlmina eran los rayos con los que los romanos creían que los dioses les exigían sacrificios; concedere postulationi alicuius era ceder o acceder a la demanda de alguien; postulatícii gladiatores eran los gladiadores que reclamaba el pueblo como extras del cartel anunciado. El significado es pues evidente.

Para que se dé un postulado es necesario que sean dos los que intervienen: el que pide y el que da. Quien pide está en inferioridad de condiciones y sabe que pisa en falso: pretende que el interlocutor le consienta asentar las bases de su razonamiento con carácter gratuito. Los postulados siempre se colocan en los cimientos, con lo que toda la edificación superpuesta queda condicionada al valor de éstos. El diccionario define el postulado como "Verdad que se admite sin demostración, necesaria para ulteriores razonamientos. Supuesto que se establece para fundar una demostración". Y luego se emplea el verbo postular para pedir por la calle; pero no vale para los mendigos, sino sólo para las buenas causas.

Esos son los cimientos de la razón: la arbitrariedad por parte del postulante, y la gratuidad por parte del que concede. Es la indigencia de la razón frente a la potencia de los sentidos: éstos no necesitan ninguna concesión, son infalibles per se, porque pertenecen a un sistema perfecto de interacción entre el medio y el individuo, de lo contrario perece éste. Pero los sentidos tienen junto a la infalibilidad, la individualidad. Cada uno se arregla con sus sensaciones.

Es obvio que cuando uno pretende transmitirle a otro cosas, que son producto de la percepción de sus propios sentidos, y por tanto de valor individual, tenga que postular del otro, es decir pedirle, que acepte la validez objetiva de su percepción; de lo contrario la comunicación de cosas sería imposible. Bien al contrario de lo que ocurre en la comunicación de sí mismo, inicialmente sensitiva y elevada luego a sentimiento. Ahí no se necesitan postulados. Lo que manda es la percepción. Pero lo más significativo del conocimiento y de la comunicación racional es que descansa totalmente en los postulados: en uno que pide y en otro que concede. De otro modo es imposible el razonamiento.