LAS CLAVES LÉXICAS                                                                        Mariano Arnal


LA RAZÓN, SUCEDÁNEO DEL INSTINTO 

Si examinamos la razón, la mente o el alma humana (que cada nombre tiene sus connotaciones aunque se refiera a una misma realidad), no tardaremos en llegar a la conclusión de que no se trata de una entidad individual que además tiene la característica de su comunicabilidad; sino que por el contrario es algo colectivo per se, y que se difunde con intensidades diversas en todos y cada uno de los individuos de la especie en cuanto a los caracteres generales, y en cada uno de los subgrupos en que ésta se subdivide, en cuanto a caracteres diferenciales. 

A fuer de objetivos hemos de admitir que la razón (me voy a quedar en este término por lo de “animal racional”) está formada por sus contenidos. No existe una facultad de raciocinio sin una sola razón, como tampoco existe camino sin un solo paso (Caminante, no hay camino, se hace camino al andar) ni lengua sin una sola palabra. Y lo que es más importante, la razón no es una facultad inmanente, como no lo es la lengua, por citar una de sus manifestaciones capitales, sino que por su naturaleza es trascendente. Me explico: la razón es el elemento homogeneizador y cohesionador de la especie humana no porque dé la casualidad de que la tienen todos sus individuos, sino porque es una sola para todos, tan propiedad de la especie como lo son los ojos y su manera de mirar, y la nariz con todo su código olfativo en el que están marcadas las inclinaciones, las repugnancias, los aborrecimientos. Es decir que tan de la especie humana es su anatomía como su razón. De la misma manera que no podríamos estar en simbiosis si no fuésemos anatómicamente homogéneos, tampoco seríamos compatibles entre nosotros si no compartiésemos la misma razón. 

En la que llamamos inteligencia artificial, se entiende muy bien qué es eso de la trascendencia: desde el código binario hasta las más elaboradas piruetas que se pueden hacer con un ordenador, nada tendría sentido si no fuese común a todo el sistema informático. La inteligencia artificial tiende a ser una y universal, y la conexión entre todos los ordenadores del mundo a través de internet, no es más que la culminación inevitable del sistema. Y en el mismo orden de cosas está la globalización de los demás medios de comunicación. Se trata en efecto de una razón, una mente, un alma y un espíritu común para toda la humanidad.  

Al fin y al cabo todo este sistema de cohesión anímica de la especie humana, no es más que un sucedáneo (muy pobre, y sobre todo empobrecedor) del instinto en las demás especies. En éstas, el individuo es tan íntegro e individual en los instintos que nacen de sí mismo, como íntegra es la colectividad en los instintos que impone a todos como tal. Los individuos son libérrimos siguiendo los instintos de la especie: hacen lo que les da la realísima gana. No así el individuo humano, que no se puede guiar por lo que le queda de instintivo; sino que por el contrario para estar en comunión racional, mental, espiritual o anímica con los demás individuos de la especie, ha de renunciar a lo que le queda de instinto.