LAS CLAVES LÉXICAS                                                                        Mariano Arnal


RACIONAL NO ES SÓLO EL QUE RAZONA 

¿Dónde está pues la sustancia de la racionalidad? Saquémonos de la cabeza el prejuicio de que racional es el que hace razonamientos, porque al no ser éstos imprescindibles para vivir, son innumerables los individuos de la especie humana que viven largos años y finalmente mueren sin haber hecho un solo razonamiento. Del mismo modo que siendo el amar una facultad distintiva del hombre hay mucha gente que sólo sabe qué es eso de oídas y sin entender muy bien de qué le hablan; así también siendo el razonar una facultad ligada a la racionalidad, no es ni mucho menos lo que la define. Se puede seguir siendo ese singular animal racional que somos, aunque no razonemos. 

Igual que se puso felizmente de moda la inteligencia emocional, hay que ir pensando en la razón práctica que decía Kant, entendida como conductual. Porque finalmente lo que distingue las especies racionales de las demás especies es su conducta, lo que hacen de sus vidas. Esa es la racionalidad de verdad, la que se traduce en vida. 

¿Y a qué se dedican los animales racionales? Perdón, por ahí no llegamos a ningún sitio: a qué se dedican no, que serían animales irracionales, sino a qué son dedicados. ¿O diremos acaso que las vacas “se dedican” a producir terneros para la alimentación humana y a comer sin parar y a ahorrar toda la energía posible para dedicarla a producir la mayor cantidad posible de leche en beneficio de sus criadores? ¿Se dedican realmente a eso las vacas? ¿Es que tienen la menor posibilidad de dedicarse a algo? ¿Seguro que es esa su opción de vida? Es posible que si preguntamos a las vacas una por una, las que gozan de música y todo para mejorar su estado anímico y su producción, afirmen que les parece bien la vida que llevan, que no sabrían qué otra cosa hacer con ella. Pues ahí tenemos un buen prototipo de animal racional, que se dedica (perdón, que es dedicada) íntegramente a una vida racional en la que todas sus actividades están racionalizadas, sin dejar nada al azar ni al instinto.  

Los animales racionales estamos contabilizados no sólo los individuos, sino también cada uno de los actos de nuestra vida. Vivimos en la más absoluta racionalidad, sujetos a los cálculos, a las cuentas y a las tasaciones del raciocinador, que así se llamaba en latín el que tenía esas responsabilidades; y raciocinios eran las cuentas que echaba. No es necesario por tanto que nos pasemos cada uno de los animales racionales raciocinando o razonando todo el día: basta formar parte de un sistema racional, para que nuestra vida sea inexorablemente racional, para que con total legitimidad se nos llame animales racionales, aunque no nos ocupemos en razonar nosotros mismos por desidia o por incapacidad. 

¿Y quiénes somos los animales racionales? Pues ni más ni menos que la especie humana como inventora y creadora del sistema, y en total simbiosis con ésta, todas las especies animales que forman su singular ecosistema. No somos solos, pero tampoco somos muchos: en torno al eje de la cadena laboral y alimentaria, están la vaca, la oveja, la cabra, el cerdo, la gallina, el conejo, el caballo, el burro; y sólo parcialmente el elefante y algunas especies más.