LAS CLAVES LÉXICAS                                                                        Mariano Arnal


DE LA SENSACIÓN AL SENTIMIENTO 

La comunicación con el exterior empieza en el sentir, tanto para el hombre como para el resto de animales. El sentir es la clave de todo. ¿Y qué es sentir? Bueno, en estricta ortodoxia diremos que es cualquiera de las operaciones que hacemos con cualquiera de los sentidos. Sí pero no. Resulta que en la génesis léxica de los sentidos, el primero de todos es el olfato, al que corresponde en origen este verbo, que curiosamente se desplazó hacia el oído. Y se trata en uno y otro caso de las funciones sensitivas que más se acercan al espíritu (es que aspirar es de lo más espiritual). Pero como el olfato (¡tener buen olfato!) es inseparable del gusto (el buen gusto se ha convertido en una cualidad de la mente o del espíritu), he ahí que queda completado el oler (“huelo que algo está pasando”, “algo huele a podrido en Dinamarca”) con el saber, que en su modestia quiso empezar por los sabores (“el agua es insípida: no sabe a nada”). 

Cuando hablamos por tanto de sensibilidad, no debiéramos olvidar que ésta nace de los sentidos (el del olfato y el gusto en primer lugar) no sólo en el conjunto de la humanidad, sino en cada uno de sus individuos. Es la teoría de la ontogénesis (la formación del individuo) como imagen fiel de la filogénesis (la formación de la especie). Si es evidente que en el conjunto de la humanidad los sentidos espirituales nacieron de los sentidos corporales, otro tanto hemos de esperar de cada individuo en su proceso formativo. Y aunque nos suene como un primitivismo, tendríamos que enseñar a nuestros bebés a discernir por el olfato y por el gusto, que es en realidad lo que hace la naturaleza dándoles el instinto de llevárselo todo a la boca. ¡Y nosotros, horrorizados! 

Constatemos un hecho: todos hemos tenido que educar nuestro sentido del gusto, y no siempre por métodos suaves. Los principios combinados de la necesidad y de la diversidad alimentaria, nos impusieron gustos que se nos hacían difíciles; pero finalmente recibimos esa educación, y no conozco a nadie que esté arrepentido de haberla recibido. Y sin embargo ahora, sea por falta de fe en esta área de la educación, sea por falta de tiempo, el caso es que hemos bajado la guardia y estamos dejando muy empobrecido el gusto de nuestros hijos (¡y no digamos de nuestros alumnos!). 

¿Cómo podemos despreciar algo tan básico tanto en la educación doméstica como en la escolar? Mal que nos pese, nuestra conducta alimentaria sirve de primer patrón general de conducta (las virtudes y los vicios que tenemos comiendo, los proyectamos al resto de nuestra conducta); y el desarrollo de nuestro sentido del gusto, marca de forma decisiva nuestro ulterior desarrollo intelectual: no es lo mismo discriminar entre ocho gustos que entre ochenta. El cerebro no se desarrolla igual en una función pobre que en una más compleja. Pero es que la misma relación que tiene la educación de nuestros sentidos con el saber, la tiene con el sentir. Que la relación entre sentidos y sentimientos no es sólo léxica: empezando por dar sentido a lo que hacemos, continuando por las sensaciones y la sensibilidad y acabando en los sentimientos, todo va íntimamente entrelazado y escalonado de lo físico a lo anímico.