LAS CLAVES LÉXICAS                                                                        Mariano Arnal


LA PALABRA 

Cuando hablamos, queremos decir cosas, pero sólo decimos palabras. Nos hacemos la ilusión de que nos transmitimos cosas transportándolas con la voz; hablamos como si el nombre fuese una de las propiedades de las cosas: algo así como su código generador, su ADN.

Si digo "dame libro" o "he perdido libro", no estoy diciendo nada. Detrás de la palabra libro no hay ningún libro, ninguna cosa. Si digo: "he dicho libro", o "escribe libro", tampoco hay ningún libro en esta palabra; ni siquiera pretendo transmitir con ella el significado de libro, sino tan sólo la palabra, sin ningún significado tras ella, ni siquiera el significado abstracto de libro. En cuanto decimos este libro, mi libro, el libro, el tercer libro del segundo estante contando por la derecha... cuando le añadimos a la palabra libro un señalador medio gestual medio verbal, es cuando por fin hemos vinculado la palabra a la cosa. Sin el determinante, nunca llegaríamos a vincular el nombre a la realidad que con él pretendemos expresar. Para que la palabra tenga realmente significado, ha de estar anclada a alguna cosa, ha de haber algún tipo de vínculo que la ate a la realidad.

La función de la palabra es, pues, llevarnos a la cosa. Y la del hablante, hacer de mediador entre la cosa y el oyente. Si el hablante da con la palabra y con los vínculos e indicadores adecuados para fijar la atención del oyente en la cosa, estará realizando una óptima comunicación; de lo contrario puede ocurrir que las palabras lleven al oyente a cosas distintas de aquellas en las que queremos que ponga su atención, o que no le lleven a ninguna parte, que es lo que ocurre de ordinario con algo más de la mitad de la comunicación verbal.

Para conseguir decir realmente lo que queremos decir con una palabra, hemos de conocer por una parte la realidad que con ella señalamos (la función de las enciclopedias es describir esa realidad); y por otra la capacidad de la palabra para señalar, sin introducir equívocos, la cosa que pretende señalar: vamos, que no sea una flecha torcida (esa función intentan cumplir los diccionarios). Analizando los materiales con que está construida la palabra, y examinando los valores de uso que se le han ido asignando y los que por analogía o por contigüidad con otras palabras se le puedan asignar, se consigue una aproximación razonable al valor objetivo de la palabra.

Es el ejercicio al que me dedico cada día en EL ALMANAQUE DE LOS NOMBRES. Mi objetivo es analizar los nombres de las cosas. En el editorial examino la cosa, y en la sección NÓMINA RERUM exploro la palabra y sus modos de relación con la realidad que pretende denominar.