ETIMOLOGÍAS DE LAS PALABRAS QUE FORMAN LA IDEA DEL HOMBRE    Mariano Arnal Arnal


ETIMOLOGÍAS DE LAS PALABRAS 
QUE FORMAN LA IDEA
DE LA CIUDADANÍA

CIUDADANO 

En latín al ciudadano individual lo llamaban civis (plural cives). Tal como de cívitas hemos derivado ciudad, el término civis no dejó herencia en nuestra lengua sino a través de su adjetivo derivado civilis (civil); derivados cultos todos ellos. Tenía la consideración de civis todo hombre o mujer que vivía al amparo del derecho de ciudadanía romana. En cuanto a la formación de la palabra es de observar que mientras en latín tiene la forma de nombre primitivo del que deriva el de ciudad, en español aparece ciudad como primitivo, y ciudadano como derivado. De ahí que por su aspecto léxico nos parezca en español que el fundamento de la ciudadanía sea la ciudad; es decir que el fundamento del derecho político es un elemento de geografía política. Pero lo realmente grave es que del falso fundamento léxico, hemos pasado al real fundamento político. Y ese cambio de protagonismo, esa usurpación de la titularidad del derecho de ciudadanía (=de los derechos políticos) a la comunidad de los ciudadanos para ponerla en manos de la ciudad (es decir del territorio y la radicación en él), le ha dado un revolcón a la filosofía política.   

Pero aún se encierra otro misterio en el origen y estructura de esta palabra: en latín la ciudadanía (la cívitas) es un nombre colectivo, y seguro que como tal se concibió, pero desde la individualidad, que nunca fue Roma sospechosa de comunismos ni colectivismos. Y así el origen léxico de la cívitas es el cives (el nombre primitivo). Y es posible que la jerarquía léxica sea un reflejo fiel de la filosofía práctica de los romanos. Tengamos presente que la cívitas romana nace de la familia, en la que el único cives per se  es el paterfamilias. Traducirlo “padre de familia”, que es lo que suena, sólo sirve para desorientar, porque el paterfamilias  era soberano absoluto en su minúsculo reino (la villa agrícola y ganadera, explotada con mano de obra esclava). El paterfamilias era sacerdote y rey (mal podía ejercer de padre), y por debajo de él todos eran esclavos. Su mujer legítima y sus hijos los podía vender y rescatar o cederlos en explotación y castigarlos físicamente y hasta matarlos igual que a los esclavos.  

Pues bien, son estos reyezuelos dedicados a ese régimen de explotación tan intensivo, los que deciden agruparse en una entidad superior para darles a sus actividades un giro copernicano. Dejan la villa a cargo del vílicus (el capataz o superintendente) y se trasladan a un hábitat fortificado, la urbe; y entre todos ellos forman una agrupación denominada cívitas. Es posible que fuese la inseguridad de sus villas y la necesidad de agruparse para defenderlas (y defenderse ellos, y contraatacar) el  determinante de este profundo cambio.  

Por eso vienen los propios etimologistas romanos a advertirnos (esa fue su convicción) que civis procede del verbo cieo, ciere, civi, citum que en sustancia significa convocar, poner en movimiento, agrupar, poner en marcha, impeler… (pensemos en sus derivados incitar, excitar, concitar). En fin, que la cívitas sería según esta etimología, la acción y el resultado de agrupar; y civis sería cada uno de los que forman parte de este agrupamiento. Colocados en esta perspectiva, suena aún más aberrante el haber traspasado al territorio, al lugar en que se concurre, los derechos de la concurrencia (es decir del conjunto de los reunidos); es absurdo que los derechos de ciudadanía nos vengan de la ciudad, y no de la voluntad de agrupación de cada uno de los ciudadanos.

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