ETIMOLOGÍAS DE LAS PALABRAS QUE FORMAN LA IDEA DEL HOMBRE    Mariano Arnal Arnal


ETIMOLOGÍAS DE LAS PALABRAS 
QUE FORMAN LA IDEA
DE LA CIUDADANÍA

CIUDADANÍA 

En latín, que es de donde proviene esta palabra, la clave de todo el grupo léxico está en la cívitas, que hemos tenido que traducir por ciudadanía. En este grupo léxico tenemos más términos en español que en latín. Y no porque se haya progresado en ese campo y se hayan creado por ello nuevas palabras, sino al contrario porque se ha retrocedido seriamente. Lo propio sería iniciar el análisis léxico en el nombre primitivo (ciudad); pero en nuestra lengua eso es engañoso, porque exactamente esta palabra ha perdido su significado latino original, ya que la palabra latina de la que procede por evolución fonética tiene simultáneamente los valores de ciudadanía (en el doble sentido de conjunto de todos los ciudadanos y en el de derecho inherente a la condición de ciudadano) y civismo; pero no tenía el significado actual de ciudad. He ahí pues cómo se ha distorsionado el significado de las palabras. 

Vamos a ver cómo ha ocurrido eso: la evolución fonética del latín cívitas al español ciudad nos advierte que se pronunciaba uitas. Pongámoslo en acusativo plural (ciuitates), que al acabar coincidiendo con el español, se entenderá mejor. El primer salto fonético fue la pérdida de la segunda i, que por su posición debilísima tiende a caer, quedando reducida la palabra en una sílaba, gran economía: ciutates. La economía fonética hace también que se prefieran a las consonantes sordas p, c (sonido k), t, sus correlativas sonoras b, g (de gato), d, más suaves de pronunciar. Así pasamos de ciutates a ciudades. Hemos llegado al final del recorrido. Tenemos pues que la palabra latina cívitas es exactamente la palabra española ciudad. 

Pero veamos qué dice el diccionario latino de cívitas (echemos cuenta de que nos estamos refiriendo a ciudad): “conjunto de ciudadanos integrantes de una ciudad o estado”. De ahí que a menudo se use como sinónimo de estado. Observemos ante todo que se trata de un nombre colectivo, que denomina a un conjunto de personas que gozan de la cívitas, el “derecho de ciudadanía”, que también en este sentido es colectivo (se refiere en efecto al conjunto de los derechos de que gozan los ciudadanos). Cicerón define muy bien la cívitas: Coetus hóminum jure sociati civitates appellantur. Las uniones de hombres asociados bajo la respectiva ley se llaman ciudades (civitates). Leyendo la “Guerra de las Galias” de César, vemos que a todos los pueblos que aparecen en escena se les llama civitates: Orgetórix civitati persuasit ut fínibus suis exirent. Orgetórix persuadió a la ciudad (es decir al conjunto de miembros del pueblo, que no vivían precisamente en ciudades sino dispersos por todo el territorio) que salieran de sus límites territoriales. Cívitas era también el derecho de ciudadanía: civitatem alicui impertiri era conceder a alguien la ciudadanía; civitatem amíttere, perder la ciudadanía. Luego al denominar metafóricamente al continente con el nombre del contenido, se llama ciudad a la tierra, a la patria, a la urbe. Esa tendencia va acentuándose a medida que se avanza hacia el bajo latín, hasta que resulta legítimo llamar ciudad a la urbe ya con valor real, no metafórico. 

Pero en el latín clásico nunca se confunden la cívitas (el conjunto de los ciudadanos) y la urbs (la urbe). Aucta civitate magnitúdine urbis, dice Livio: aumentó el número de ciudadanos por la amplitud de la ciudad (de la urbe).

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