A estas alturas hemos perdido el rumbo y ya no sabemos muy bién qué se espera que sea
la persona puesta al frente de los alumnos en el aula, y qué se espera que haga. Ser y
hacer, he ahí los dos planos en que se han de mover en primer lugar la escuela, y en
segundo lugar los que la trabajan. Ya no sabemos exactamente si el "personal
docente" está en calidad de "enseñantes", de maestros, de profesores, de
tutores, de monitores, de cuidadores, de entretenedores, de entrenadores, de guardas, de
vigilantes, o de qué. Es preciso que sepan antes qué han de ser, para que formen su
mente y preparen su ánimo para la función que de ellos se espera. Y una vez que sepan
qué han de ser, se les diga con claridad qué han de hacer.
Tiempo hubo en que la escuela estaba dividida en dos niveles bien diferenciados: la
enseñanza primaria y la enseñanza secundaria. Cada uno de estos niveles tenía objetivos
distintos y profesionales distintos. El objetivo de la escuela primaria era adiestrar
al alumno en la lectura, la escritura, las cuentas y la memorización. No se trataba de
impartir conocimientos, sino de aprender unas determinadas técnicas y adquirir destreza
en ellas. No era el programa el que dominaba la actividad, ni constituían los contenidos
una barrera para ningún alumno. La diferencia entre unos y otros estaba en el tiempo que
cada uno necesitaba, no en el nivel al que llegasen. En los contados casos de fracaso
escolar se consideraban fracasados tanto el alumno como el maestro. Está claro que para
servir a este objetivo se necesitaba un profesional cuya primera e indispensable habilidad
consistía en conseguir que sus alumnos estuviesen efectivamente ocupados en los
quehaceres de la escuela durante todo el tiempo que estaban en la clase. El maestro que
era incapaz de conseguir esto, se quedaba sin alumnos. Claro que tanto él como los padres
tenían recursos muy convincentes para motivar a los escolares. Pocos libros y pocas
explicaciones se necesitaban para alcanzar esos objetivos. No eran, pues, las
explicaciones ni los conocimientos lo que hacía bueno a un maestro, sino su capacidad de
conseguir que efectivamente los niños aprendiesen. Nada más y nada menos.
Y después del maestro que adiestraba, venía el profesor que enseñaba. Tal
como el período de adiestramiento era obligatorio y debía serlo, puesto que
correspondía a la minoría de edad (real, no legal) del alumno, el período de enseñanza
era de carácter voluntario. Porque por su propia naturaleza la enseñanza no
puede ser obligatoria. ¿Por qué? Pues porque a diferencia de las rutinas del
entrenamiento, requiere toda la atención, y ésta no se consigue con procedimientos
coactivos, sino voluntariamente. In-signare significa "señalar
hacia", es decir llamar la atención del alumno para que él mismo se fije. Cuando lo
que hay que desarrollar no es la habilidad del alumno, el profesor no puede hacer nada
más que señalar tan clara y sugestivamente como quiera, al objeto que hay que
conocer. Y el alumno si quiere entrará. Y si no, se quedará fuera. Por eso es un error
haberse pasado en el tramo de escolaridad obligatoria del entrenamiento a la enseñanza.