En latín la llamaban vindicatio, compuesta del elemento vis, vim,
que significa fuerza, más dico, dícere, dictum, que significa decir, recurrir a,
imponer. El recurso a la fuerza sería, pues, la vindicatio y como por el propio
significado se entiende, tan antigua y tan moderna como el andar a pie.
La civilización nunca se ha planteado la renuncia a la venganza (traducido de
modo que se entienda, nunca ha renunciado al uso de la fuerza) para responder a la
violencia sufrida; porque sería absurdo (hoy sí, pero por hipocresía, rompiendo la
baraja los que tienen el poder siempre que les conviene, y volviendo a empezar el juego
como si nada); y no habría manera de vivir en paz si la sociedad renunciase a responder
con violencia a los violentos. De lo que se trata, desde siempre, es de poner el control
de la espiral provocación-respuesta en manos del más fuerte, de manera que provenga de
quien provenga la provocación, sólo uno (resumiendo, el Estado) está legitimado para
ejercer la venganza, es decir para vim dícere, para decretar el uso
de la fuerza contra quien ha usado la fuerza. Y hay que ver, pasan los milenios y seguimos
pareciéndonos a nuestros viejísimos antepasados: lo que hace tres mil años se llamaba venganza
de la sangre, hoy se llama tratamiento diferenciado de los delitos de sangre. La
venganza de la sangre (es decir del homicidio y del asesinato) se ha sentido en todas las
culturas no como un derecho, sino como un deber. Y salvo hipocresías, es como la
siente todo el que le corre sangre por las venas. Tanto es así que si el vengador
reacciona en caliente, los jueces que en las venas tienen sangre y no tinta, le
absolverán por cualquiera de los eximentes que le puedan aplicar. Y si reacciona con
alevosía, hace poco hemos tenido en Francia la absolución de una mujer que mató a su
marido que la maltrataba, no en un arrebato sino con premeditación y alevosía.
La modernidad nos obliga a la hipocresía. Defendemos con una impavidez de pasmo,
doctrinas que no se sostienen en pie a pesar de estar amojamadas. Hacemos como si nos
creyéramos eso de que las penas de prisión no tienen carácter de venganza, sino de
rehabilitación. ¿Por qué, pues, se las sigue llamando penas, y a las cárceles
centros penitenciarios en vez de llamarles centros de rehabilitación, tratamientos
prescritos a las condenas, rehabilitadores
a los jueces? Pues no cambian el lenguaje porque el recochineo sería tal, que se
acabaría con el cuento de la rehabilitación. ¿Que no está rehabilitado Pinochet,
pongamos por caso? Si ya no necesita rehabilitarse, porque ya está reinsertado en la
sociedad sin intención y sin posibilidades de delinquir, ¿por qué le quieren meter en
la cárcel precisamente los mismos que se levantan contra la pena de muerte? Pues por un
elemental y legítimo instinto de venganza, de la misma manera que a los
partidarios de la pena de muerte les mueve el instinto de venganza, es decir de aplicarle
al delincuente una violencia proporcional a la que él ha ejercido contra quien
ahora se erige en vengador. Humano. Totalmente humano. Tan humano como la hipocresía.