FORMACIÓN

Ésta es la madre del cordero. La formación. Es la obsesión de todo nuevo poder. Si quiere perpetuarse un poder emergente, lo primero que tiene que ocupar son los púlpitos, y lo segundo las escuelas. Tan claro lo tuvo Franco que si no se aliaba con la iglesia no tenía nada que hacer, que uno de los nombres de su régimen fue el de nacionalcatolicismo. Así de estrecha fue la alianza. Es una constante de todos los nacionalismos. Ninguno ha prosperado si no ha contado con el clero. Más aún, la historia nos enseña que las catacumbas de los nacionalismos son las iglesias (la ETA se fundó en un seminario; allí se enseñaba la forma de sintetizar nacionalismo y religión). La Iglesia ortodoxa Servia, ha sido el principal sostén de Milósevich (hasta que ha visto que se le hundía el barco).

Formación, hay que ver qué cosas, viene de forma. Y como dice Aristóteles en su teoría hilemorfista, al final todo lo que existe está hecho de materia y forma: morjh (morfé; por cierto, Morfeo es el dios de las formas, es decir de los sueños, de las apariencias o de las apariciones). Y como la materia es muy difícil de controlar, se controlan las formas, que es una manera de controlar el todo. La formación es, pues, en fin de cuentas, la educación de las formas. Porque está comprobadísimo que finalmente la forma tira de la materia. Como se suele decir de la democracia: si se la despoja de sus formas, se ha quedado sin materia; la hemos convertido en espíritu inmaterial e inmaterializable. Un cambio político necesita imponer nuevas formas, de lo contrario ni se acaba de implantar ni echa raíces. El nacionalismo español (llamado también franquismo) lo tuvo claro: impuso sus formas: desde el culto a la bandera a la oración en la escuela, pasando, cómo no, por la Formación del espíritu nacionalista, que debía impregnar toda la vida de la escuela, tomada prácticamente por los del régimen. Si no se hubiesen instalado en las escuelas, ¡de qué iban a durar cuarenta años! Y si no hubiera contado el régimen con el apoyo de los obispos y de la mayoría del clero, tampoco hubiese sido largo su recorrido. Por eso era imprescindible especialmente para las autonomías nacionalistas, dar carpetazo al nacionalismo anterior e iniciar unas nuevas formas, en las que el idioma, que es la constante profesión de fe nacionalista, es la punta de lanza. La reforma trata, por tanto, de formar nuevos ciudadanos, en especial donde había prisa por implantarla, siendo esta formación en los nuevos valores el objetivo prioritario de la nueva institución escolar, de manera que hay que considerar un éxito de la escuela la integración de las generaciones jóvenes (y previamente de todo el profesorado mediante los rituales cursos y cursillos) en el nuevo régimen. Ante un objetivo de esta envergadura, es comprensible que la enseñanza pase a un segundo plano. Y es comprensible también que toda prolongación de la formación (que no ya enseñanza) obligatoria sea recibida por el nuevo régimen con todas las alharacas, porque cuanta más formación, mejor. Es la ley del péndulo. Ya estamos curados del hartazgo de formación del antiguo régimen y estamos nuevamente en condiciones de atiborrarnos de formación, olvidándonos durante un tiempo de la enseñanza, que lo primero es lo primero.

Mariano Arnal

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