El complementario de aprendiz es el maestro a secas, es decir el maestro artesano (el
que domina un oficio). Cada maestría tenía su nombre específico: maestro carpintero,
maestro albañil, maestro forjador, maestro tejedor, maestro de escuela. Lo que
caracterizaba todas las maestrías en relación con los respectivos aprendices era que les
hacían trabajar (no que les hacían aprender, que esto era cuenta del propio aprendiz,
que aprendía por el simple hecho de trabajar). Y lo que diferenciaba al maestro escuela
de los demás maestros, era que mientras éstos se dedicaban a su oficio (del cual formaba
parte la distribución del trabajo entre todo el personal, desde los oficiales superiores
a los aprendices, con las instrucciones para realizarlo), el maestro de escuela no tenía
más ocupación que hacer trabajar a sus "aprendices", los alumnos (más
propiamente llamados "discípulos", del latín díscere, que significa
aprender, y su pariente disciplina, que es el conjunto de condiciones y actuaciones
para que efectivamente el discípulo aprenda). Es decir que mientras el maestro
carpintero se dedicaba fundamentalmente a hacer de carpintero y complementariamente y muy
de lejos, de maestro "del" aprendiz, el maestro de escuela no tenía oficio; se
dedicaba sólo a hacer de maestro "de" sus aprendices. Para cuadrar al maestro
de escuela en el cuadro general de maestros, hay que concebirlo como una especie de
maestro escribano que tenía tal demanda de aprendices, que se veía obligado a abandonar
el ejercicio de su profesión para dedicarse exclusivamente a atender a éstos, y que por
supuesto ejercía con sus aprendices el mismo oficio que los demás maestros con los
suyos. Por supuesto que el contexto es la sociedad artesanal, que fue la creadora de los
maestros y maestrías, de los oficiales y de los aprendices. Al pasar de la sociedad
artesanal a la industrial, se entendió que la industria no era el mejor lugar para los
aprendices, que allí se iba de cara a la producción, y tenían que llegar enseñados y a
ocupar un lugar productivo para la empresa. Que por consiguiente el aprendizaje tenía que
salir de la industria y desplazarse a la escuela. Así se hizo con las escuelas
profesionales, que eran auténticas industrias montadas exclusivamente para los
aprendices, como las escuelas eran una especie de escribanías montadas también para los
aprendices de escribanos. Pero el mundo industrial no era el mundo artesanal. En cuanto
las leyes establecieron que a igual trabajo igual sueldo, sin discriminación por edad, la
industria se sacó de encima los aprendices. Y tuvo que recogerlos la escuela, que se
inventó la formación profesional y la generalizó, pero sin talleres, sin máquinas,
casi exclusivamente con libros y pizarras; y en vez de práctica, teoría; y al no haber
medios, muchas prácticas, también de libro; y en vez de maestros en los respectivos
oficios, que les hiciesen aprender a fuerza de práctica, como se ha hecho toda la vida,
venga atiborrarles de teorías y ejercicios.
Fue la subversión de todo. En vez de maestros, se les dieron profesores; en vez de
proporcionarles máquinas, herramientas y materiales de trabajo, les dieron lápiz y
papel, y libro y pizarra; en vez de práctica, explicaciones y más explicaciones; y en
vez de convertirlos en aprendices, se les mantuvo como alumnos.