Punio, punire, punitum. Ese es el verbo latino del que procede impunitas,
que ni tenemos que traducir, sino sólo transcribir como impunidad. Son toda una
familia de cultismos cuya forma simple sería "punir", y a partir de la cual se
forman los derivados punitivo, punible, punitorio, punición, impune, impunidad. Punire
tiene que ver con poena, naturalmente, y significa castigar y vengar. Por
todo el léxico judicial campa la venganza, y la justicia se empeña en que no es esa su
misión.
Es una contradicción léxica (que es como decir lógica) que alguien proclame que
está al mismo tiempo contra la "punición", es decir contra el castigo, la
pena, la venganza o como se le quiera llamar (si a una cosa le cambian el nombre, no
cambia la cosa, cambian las posibilidades de entendernos), y que al mismo tiempo diga que
está contra su contrario, la impunidad. Impune queda el delito que no se castiga,
que no va acompañado de una pena. Si es precisamente el no castigar los delitos, el no
querer imponer la correspondiente pena al delincuente, lo que genera la impunidad,
¿cómo se puede clamar contra la impunidad y al mismo tiempo descalificar todo el sistema
penal-penitenciario por bárbaro, anticuado, inhumano, irracional, etc. etc.? O las penas
de prisión tienen realmente carácter de penas, y no de medidas de
rehabilitación, reinserción, escolarización terapéutica obligatoria (y si en esto la
Constitución metió la pata como en tantas otras cosas, que la saque); o son punitivas
las penas de prisión, digo, o proclamamos la impunidad como gran inspiradora de
nuestro régimen jurídico. Y si es así, la sociedad tendrá que acabar defendiéndose
mediante mafias y pistoleros que con el tiempo y una caña acabarán teniendo un sentido
más equilibrado de la justicia.
Y como son precisamente los políticos, y eventualmente los jueces, los que más
necesitados están de la impunidad, camuflada de garantías procesales, en
virtud de las cuales ni los mismísimos arcángeles pueden sentar en el banquillo ni meter
o retener en la cárcel según a quienes, resulta que hemos acabado institucionalizando la
impunidad política, la más grave de todas, con lo que los métodos tienen que ser
inexorablemente mafiosos. Y este es el espectáculo que están dando los políticos de
todos los colores. Se están repartiendo el poder como lo harían bandas de mafiosos. Los
constructores, en muchos sitios, se han cansado de pagar las mordidas a los políticos y
han decidido presentarse directamente a las elecciones. No es Gil el único que ha
concurrido a estas elecciones para hacer negocios. El carácter de muchos pactos habla
más claro que un libro abierto. En estas elecciones más que nunca se ha puesto en
evidencia cómo la impunidad de los políticos ha hecho que la política se haya
convertido en el gran botín de arribistas. Pero si es mucho más barato y más fácil
montarse una lista y costearse una campaña que tener que ir a navajazos con los
políticos de turno. Y entre todos los demás que gozan de impunidad, incluídos
los batasunos a los que defiende el Constitucional declarando que sus delitos no son
tales, Gil no está en la cárcel porque está malito. ¡Menuda pocilga!