Me
han regalado un perro
Buenas noches. Hace ya unos años, unos amigos ¿no? me
preguntaron: “Oye, ¿qué quieres para tu cumpleaños?”
“Dame una sorpresa” “No, no, dinos qué quieres, porque así
es más fácil...” “Que no, hombre, dame una sorpresa...”
“No, venga, dinos...”
Digo “bueno, un perro...” pero como el que dice un
ordenador, una tele, una videocámara... no, un perro ¡je!
A la semana siguiente quedamos en un bar, veo una caja de cartón
que se mueve... digo “no será un perro”. Coño, la abrí y
era un perro... ¡un perro! Un cachorrito así, de un mes, haciéndome
chantaje emocional. Miraba así... “el nunca lo haría” digo
“bueno, pues yo tampoco, me lo quedo...”
Total, que un perro, ¿y ahora qué hago yo con un perro? Pues
corrí a la librería, claro, como suelo hacer, y me compré un
libro titulado “Cómo adiestrar a su perro”. Digo “mira,
este parece que va con el tema”
Capítulo 1 – “Cómo hacer que el perro no orine en casa”
Está bien, porque coincidía con lo primero que quería saber
mi madre, también. Sí, así es que bueno, para esto hay varios
métodos, y el más efectivo es el más cruel. Consiste en coger
un periódico, enrollarlo, untarlo por la orina y atizarle al
perro. A mí de pequeño, pues no me hubiera hecho gracia que mi
padre, en vez de llevarme al orinal o cambiarme los pañales, me
hubiera dado un bofetón con la mano llena de pis. Pero bueno,
pues como no me quedaba otra alternativa, mi madre realmente tenía
prisa, digo bueno, pues vale, pues le atizo con un periódico,
correcto. ¿Con qué periódico? ¿Le meto con El País, o sea,
flojito? O le arreo un hostiazo con el ABC... Pues oye, al final
ni El País ni el ABC. Le metí con El Mundo, que no hacía
falta untarlo en el pis para que oliera mal...
Bueno. Capítulo 2. El perro tiene que aprender cuatro órdenes
básicas en la vida de todo perro ¿no? que son “ven aquí”,
“siéntate”, “dame la pata” y “échate”... en inglés.
¿Por qué? Porque así sólo te hace caso a ti y no entiende a
nadie más, digo “muy bien... muy bien pensado, porque hoy en
día prácticamente nadie sabe inglés...”
Entonces ven aquí es “can”, que es perro en inglés...
Luego está siéntate, “sit”, la pata, “the... the pat”,
y túmbate que es “flor”, que no sé que coño tiene que ver
pero es así, ¿no? Entonces, la primera pues es fácil, dejas
al perro aquí, te pones tú como a cuatro metros, “¡eh!...
can”. ¡Ahaha! (risita). Claro, el perrito es pequeño y ya
encima le vienes con idiomas... Bueno, pues a la decimocuarta
vez que le dije can, lo cogí por la pechera, lo arrastré por
el parquet, vino sin ningún problema... Lo jodido fue luego que
se sentara, que me diera la pata y que se echara sin darle una
galleta después, porque el librito decía “no se le ocurra a
usted darle galletas, no, el perro tiene que hacerlo porque sí,
porque es su naturaleza de perro” Si, hombre, y tú te crees
que los perros son gilipollas.
El caso es que con paciencia ¿no? pues el perrito fue
asimilando estos conceptos, incluso alguno más difícil que no
venía en el libro, como “no te subas al sofá si mi madre está
delante” y otro que le tocó aprender con la experiencia que
es “si tu dueño llega a casa a las siete de la mañana mamao,
tú no meas hasta las cinco de la tarde”.
O sea, que tengo un perro, lo quiero mucho, porque el roce hace
el cariño, pero vamos, no le saco ninguna utilidad. Bueno no,
cuidado, una sí. Al cabo de un tiempo nos hemos dado cuenta de
que un perro sirve básicamente para acabar los carretes de
fotos. Oye, tienes un carrete, le quedan dos fotos... “joder,
tengo que acabarlo” “hazle una foto al perro”...
Así que tengo un perro, y quizás se pregunten a estas alturas,
“Coño, ¿y por qué te lo quedaste?”
Pues es que no lo sé. Ahora, eso sí, tengo una cosa muy clara.
Si un día yo me hago famoso por atracar bancos y violar monjas,
el perro me seguiría recibiendo igual de contento cada vez que
llego a casa. Muchas gracias.
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