CONSTITUCIÓN
El primer requisito para que un edificio pueda considerarse hecho y derecho, y para que
un Estado pueda presumir de ser de-derecho, es que tenga unos cimientos sólidos que
garanticen su estabilidad. Porque ¿de qué sirve todo lo demás si a la menor ventolera
el edificio se viene abajo? Un Estado inestable, tiende a no ser Estado. Le atrae el
abismo. En efecto, la inestabilidad incita a los aventureros a probar fortuna fuera de
todo derecho y de toda legalidad. Precisamente para blindarse contra esta eventualidad,
los Estados se fundan sobre los cimientos de una CONSTITUCIÓN, es decir sobre una ley
bien cimentada sobre la que se construye todo el edificio jurídico y administrativo con
el que se regirá el Estado. Y como ocurre en toda edificación bien diseñada, son las
paredes, los techos y los ornamentos lo que puede ir modificándose para adaptarlo a las
demandas de cada momento; pero nunca un buen constructor diseñará unos cimientos de
arena para hacerlos más fácilmente desplazables, porque lo más fácil es que se le
venga abajo todo el edificio.
Si una con-stitución aspira a dar estabilidad, si está diseñada para
ser el cimiento sólido sobre el que se asienta un Estado, la garantía máxima
para sus ciudadanos de que pueden dormir tranquilos, porque pasarán los lustros y ellos
seguirán siendo ciudadanos del mismo Estado y sus derechos individuales y
colectivos seguirán inviolables, la misma Constitución tiene que ser el paradigma de la
firmeza y de la estabilidad. Pero vista la brillante trayectoria que ha recorrido desde su
promulgación hasta el momento presente, hay que llegar a la conclusión de que la Ley de
leyes del Estado español, bien pueden llamarla Con-stitución, si quieren, pero
que de ninguna manera ha ejercido ni sigue ejerciendo como tal. En efecto, como si en sus
mismos genes llevase una enfermedad degenerativa, que ya desde su nacimiento le augura una
vida enfermiza y declinante, a cada lustro que pasa se la ve más ajada, con mayores
dificultades para seguir viviendo, y los ciudadanos tenemos la más absoluta incertidumbre
sobre qué será el Estado español de aquí a cinco años (estamos hablando sólo de
lustros, no de siglos). Nadie se atreve a apostar por el próximo lustro
Y esto ocurre especialmente porque los cimientos son sumamente débiles y cualquiera se
siente con fuerzas y con atrevimiento suficientes para minarlos o para dinamitarlos. El
primer 23-f fueron las fuerzas armadas las que creyeron que podían dinamitar el edificio
del Estado. El segundo 23-f fue el propio gobierno de la nación el que minó los
cimientos jurídicos; hoy son los levantamientos de los reinos de taifas contra la
Constitución: violentamente unos, taimadamente otros, como el gobierno andaluz, que con
el dinero de todos los españoles pretende que los ciudadanos andaluces obtengan del
Estado más ventajas y más dinero que el resto de los ciudadanos. Y el Tribunal
Constitucional, ¿en el limbo o en la trama? ¿Se le podría llamar a esto golpismo
institucionalizado? ¿O quizás más benignamente, golpismo de baja intensidad?
Mariano Arnal