El hecho de haber tenido que latinizar como feudum la oscura palabra francesa fieu
y provenzal feu, parienta o sucesora quizás del fráncico fëhu
(posesión, propiedad), que con mayor probabilidad están en el origen de feudo, y
que por el parecido que tiene con el gótico faíhu (bienes) y el alemán vieh (ganado)
se tiende a creer que alguna relación tendrán; el hecho, digo, de haber tenido que
latinizarla, hizo que no solamente su significado, sino en especial los ritos, los
fundamentos doctrinales y las formas externas mediante los que se establecían los feudos,
se decantasen definitivamente hacia la órbita de fides y foedus. A eso
contribuyó el hecho de que toda relación federal (de foedus) tendiese a degenerar
en feudal, y el hecho contrario de que toda relación feudal quisiera vestirse y adornarse
como si fuese federal, es decir como producto de un pacto.
En efecto, la fides para constituir el feudo, y su contrario el desafío (retirada
de la fe) para deshacerlo, son pruebas de que el armazón ideológico del
feudalismo es de corte federalista; pero que al ponerse en práctica se alejó
escandalosamente de su referente doctrinal (compárese, por ejemplo, el llamado
"socialismo real" con sus fundamentos doctrinales).
No hay ningún sistema de vinculación, ya sea política, ya sea laboral, blindado
contra su propia degeneración. Pero la experiencia histórica nos ofrece una clara
muestra de cómo un sistema que (al margen de cuál fuese su origen) se justificaba en la fides
(fidelidad por ambas partes) y se pretendía foedus (pacto entre iguales),
fue degenerando cada vez más hacia formas de servidumbre.
La experiencia económica nos ofrece una lección parecida: las grandes empresas han
entendido que les es mucho más cómoda y beneficiosa una relación "federal"
con las pequeñas empresas en que han decidido fragmentarse, que la relación patronal
directa con la totalidad de los trabajadores que están al servicio de la empresa. Esa
relación se ha vendido en todos los casos como federal, y como tal ha empezado,
casi siempre con ventajas notorias respecto a la situación anterior. Pero a la vuelta de
pocos años la propia inercia ha ido pudriendo el sistema, hasta degenerar en un
enfeudamiento miserable.
También la organización estatal unitaria produce desequilibrios en perjuicio de los
más débiles; igual que la relación laboral directa con la empresa única. Pero tanto en
el ámbito político como en el económico, a largo plazo los débiles tienen más
posibilidades de corregir los desequilibrios si forman parte del Estado o de la empresa,
que si son miembros federados. A los gigantes de la Unión Europea les sale más a cuenta
tener enfrente pequeños Estados, que de momento formarán parte de la federación, pero
que están condenados a acabar enfeudados.