HOSTIA
(ver web 17-12)
La imposición de la religión cristiana a los musulmanes y
judíos, dio lugar a los conversos forzados, que nos dejaron la herencia de los reniegos:
exclamaciones propias de renegados, que consistían en blasfemias y en el uso irreverente
de palabras sagradas. Hostia forma parte de esa herencia. Habiendo llegado a la
paradoja de que siendo la palabra más santa de los ritos cristianos, se ha hecho casi
imposible su uso religioso, porque su valor irreverente está tan fuertemente implantado
en el habla, que el oído la percibe ya siempre como tal.
Lo que hace santa esta palabra es que en ella
está contenido el mayor misterio no sólo de la religión, sino de la cultura y de la
civilización cristiana (tema que trataré el próximo domingo bajo la palabra Comunión).
La Hostia como objeto, es la oblea que, en virtud del rito de la consagración, se
ha convertido en el Cuerpo de Cristo (recuérdese la fiesta del Corpus(Cuerpo) Cristi (de Cristo)) y como tal es el
objeto más sagrado de toda la religión cristiana. Cristo es la Hostia, Cristo es la
víctima del sacrificio que necesita el Dios cristiano para mantenerse vigente. La
divinidad cristiana, igual que toda divinidad, necesita que se le sacrifiquen víctimas
para mantenerse vigorosa y fuerte; y su vigencia depende, como la de cualquier otra
divinidad, de la calidad de las víctimas sacrificadas, siendo el referente obligado de
esa calidad la cultura y por tanto el culto que cada divinidad se ha propuesto presidir y
fomentar.
La cultura cristiana tuvo clarísimo, frente a las
culturas entonces dominantes, que había que desarrollar los principios humanos del
judaísmo hasta las últimas consecuencias, y que por tanto la nueva humanidad se tenía
que construir con dominados y no con dominadores. Que el poder del trabajo tenía que
desplazar al poder de la guerra; que la doctrina de los dominados tenía que desbancar
todas las doctrinas de los dominadores; y que el dominado vencería definitivamente al
dominador rescatando su carne y su sangre, es decir su vida, con el trabajo, infinitamente
más valioso para el dominador, que la carne y la sangre.
Y para que eso quedase perennemente establecido
así, se instituyó el sacrificio de la Misa, rito central de la nueva religión, en el
que la humanidad le ofrece al Señor y dueño de toda criatura, el fruto de su trabajo,
representado por el pan y el vino, a cambio de su propia carne y su propia sangre. Pero
como éste no es un sacrificio digno del Dios de dioses y Señor de señores, puesto que
esos sacrificios no tienen por sí mismos ninguna dignidad, he aquí que, en el transcurso
del sacrificio, y gracias a la bondad infinita de Dios, se opera el milagro de la transubstanciación
en virtud de la cual el pan y el vino, que como fruto del trabajo representan la vida
entera del hombre, se convierten en la mejor víctima que se le puede ofrecer a Dios: el
mejor de todos los hombres, el Hombre-Dios. Ésa es la hostia que se inmola para
redimir a la humanidad.
Mariano Arnal