Animalia se llaman en latín
"los animales" (el singular es exactamente igual que en castellano: animal).
Al perder la noción de que animalia era ya plural, se le añadió una
"s", con lo que quedó "animalias". De aquí se pasó por
metátesis (intercambio de la "n" y la "l") a "alimanias"
y finalmente la transcripción fonética de la pronunciación resultante nos llevó a
"alimañas".
Alimaña resulta ser, pues, la forma arcaica de "animal", pero en
plena vigencia, que se usa para denominar despectivamente a los animales, con preferencia
(no en exclusiva) a animales grandes y dañinos para el ganado, para los animales
domésticos* y para la caza menor. He ahí, pues, que tenemos un nombre despectivo
para los animales. A todo animal por el que nos sentimos perjudicados lo llamamos alimaña
(lo utilizamos también para insultar a las personas que nos caen mal). Primero ha sido
denominarlos apropiadamente. Luego el exterminio es una consecuencia inevitable. Tenemos
todo el derecho a defendernos* de las alimañas, y su exterminio es la única defensa
eficaz. Y perfectamente justificada.
Puede sonar raro, pero la verdad es que esta palabra es responsable de la persecución
sistemática de determinadas especies (pongamos como paradigma el caso del lobo*) a las
que se sigue persiguiendo incluso cuando han dejado de ser un peligro. Llevan colgada la
etiqueta de "alimañas" que las señala como enemigo a batir dondequiera
que se las encuentre. A los animales peligrosos y dañinos simplemente se les mantiene a
raya, como hacen todas las especies con los animales de los que se han de defender. En
cambio a las alimañas se las extermina. Pasar a llamar alimaña a un
animal, es declararle la guerra santa. Es abrir contra él las hostilidades para
convertirlo en la víctima expiatoria de todos nuestros males, para hacer de él la hostia
perfecta (ver web 17-12). Hasta el punto de haber creado el oficio especial de alimañero,
que era el guarda encargado de matar alimañas. En las nóminas de los reyes y nobles,
figuraban como zorreros los guardabosques encargados de matar zorros, lobos, aves
de rapiña, serpientes, víboras y demás alimañas. "La caza del zorro" que
practican los nobles ingleses sólo se puede explicar en el contexto de un rito
sacrificial en que el zorro es la víctima expiatoria de los males que ocasiona al hombre;
y en este caso no basta con matar a la víctima: hay que sacrificarla, esto es,
celebrar con ella un sacrificio, convertirla en hostia.
Detrás de las alimañas hay toda una filosofía de hostilidad que todavía no hemos
sido capaces de desactivar totalmente. Es el especialísimo estilo humano de combatir a
sus enemigos y competidores: el exterminio gracias al cual cada vez tenemos menos
enemigos y en justa compensación cada vez somos más los individuos de nuestra especie.
Porque ése parece ser nuestro fin último: vivir y crecer indefinidamente a costa de lo
que sea.