SABER
Del latín sapio / sapere,
de la misma familia que sofoV / sofia (sofós / sofía). Significa "tener
gusto a", "tener sabor a", "saber a". En latín dicen, p. ej.
"oleum male sapit", y nosotros traducimos "el aceite sabe mal".
De aquí saltan en latín a un significado que nosotros no tenemos: "hircum sapere"
significa "oler a chivo". Es el reconocimiento en el lenguaje de la
interacción entre el gusto y el olfato (lo que sí tenemos es la utilización del verbo
"oler" con valor intelectivo). Un nuevo salto de significado: "percibir o
distinguir por el gusto o por el olfato". De aquí a "tener
discernimiento", "saber distinguir", "ser sensato" (obsérvese el
origen de sensus, sentido), el salto es ya muy pequeño. "Puer cum sapere
coepit" "tan pronto como el niño empieza a tener uso de razón" (que
equivale a "saborear", "discernir los sabores"). Resumiendo: tanto en
latín como en español, en el origen (en el verbo saber) no se distinguen el sabor
y el saber. Son lo mismo. Más aún, el segundo es calco del primero.
De sapere deriva el latín hacia sapientia y
sapiens, desligados ya del plano sensitivo del que proceden, para
especializarse en lo intelectivo. El mismo proceso siguen "sabiduría" y
"sabio" en español, pero recordando su origen en algunos derivados: "resabiado",
derivado de sabio, se dice especialmente de los caballos. "Insípido" y también
"soso" se dice de las personas.
Desde que Sócrates, el príncipe de los sofistas, formuló el
célebre sofisma "sólo sé que no sé nada" (monon
oida oti ouden oida, mónon óida óti udén óida,
así es como suena lo que dijo) inoculó en nuestra cultura la desconfianza de cada uno en su propia
capacidad de saber e instituyó la filosofía (el esfuerzo por saber) como ejercicio de
los que hasta entonces se llamaron sabios; con lo que dejaba en la inopia intelectual más
absoluta al resto de los mortales. Institucionalizó la profesión de ignorancia. Cortó
los lazos que unen a cada uno con la realidad en la que vive, de la que percibe sabores y
extrae saberes ("no te esfuerces, -vino a decirnos- si yo que soy tan listo lo único
que he conseguido saber es que no sé nada, imagínate tú"). Posiblemente era
inevitable socavar la confianza del individuo en su propia capacidad de conocer, si se
quería avanzar sustancialmente en el camino de la colectivización de la humanidad.
Había que romper los lazos de cada uno no sólo con la Naturaleza (desmantelando el
animismo residual de la religión) sino también y especialmente con su propia naturaleza,
de manera que quedase desnudo y desarmado todo individuo y todo grupusculo que se
desligase del grupo.
Es preciso restaurar la realidad (en vez de los saberes esterilizados y enlatados) como
principal referente del conocimiento; devolverle a cada uno el derecho a dar por bueno el
resultado de su propia percepción de la realidad, coincida o no con los valores
establecidos; dejar de estar total y absolutamente conectados a los abrevaderos colectivos
del saber. Sería bueno dar un paso atrás para devolverles el sabor a los saberes. Pero
para eso es preciso recuperar la individualidad.
Mariano Arnal