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¿DEBEN CONOCERSE  SANCIONES A LOS ARBITROS?

 
     La gran mayoría de los campeonatos de fútbol de Europa están a punto de finalizar, dada la próximidad de la Copa Mundial  de Fútbol  Fifa 2002 que se realizará en Corea del Sur y Japón,  y es cuando una figura principal en su desarrollo, la del árbitro, cobra especial trascendencia.
 
     Los clubes participantes en las distintas ligas de fútbol y de otros deportes colectivos, están a merced de los árbitros, colegiados u otras denominaciones y viven a expensas de sus fallos y decisiones. Se ha comprobado que en la gran mayoría de las veces  no son totalmente satisfactorias, ya no desde el punto de vista de una correcta aplicación del reglamento sino de la justicia que debe imperar siempre, por encima de cualquier otra circunstancia.
 
     En España, cada jornada de la liga de fútbol trae como consecuencia una amplia lista de los "errores arbitrales", generalmente en perjuicio de los más débiles, aunque cada vez se nota una mayor y manifiesta incapacidad para aplicar las normas o reglas, que no leyes, que rigen este deporte, a nivel general.
 
      Existe un reglamento para que una persona, -antes vestida de negro, símbolo de la justicia- y ahora de diversos colores, lo aplique con  equidad. Sus normas son claras y el árbitro o juez debe conocerlas al "pie de la letra".
 
      Al igual que en la justicia hay procedimientos, códigos, doctrinas, que deben ser aplicadas ciñéndose a ellas estrictamente y siempre pensando en hacer el bien y no el mal, a los árbitros y sus asistentes -como llaman ahora graciosamente a los jueces de línea- les corresponde hacer exactamente lo mismo. Lo que pasa es que casi nunca ocurre así. En el pasado y ahora, porque falta una mayor preparación  para ejercer su autoridad aplicando las normas correctamente.
 
      Las instituciones futbolísticas se están jugando muchísimo. Los elevados contratos de sus jugadores -por una mala y equivocada política de sus dirigentes que han encarecido innecesariamente el mercado-; el mantenimiento de los estadios y otros costes -como el de la seguridad- están generando unas mayores obligaciones económicas que, muchas veces, se vienen a pique por las "desafortunadas" actuaciones de los árbitros.
 
     La anulación  de goles obtenidos sobre la más estricta legalidad de las normas; la expulsión injusta de jugadores porque los árbitros quieren ser los "protagonistas"; la carencia de personalidad, en otros casos, son cuestiones que afectan negativamente al fútbol y originan a los clubes situaciones de riesgo de desaparición, o retiro de dirigentes que con sus dineros  están ayudando a mantenerlos aún comprometiendo sus propios capitales.
 
     Los árbitros en España y en todo el mundo escudan sus errores con un sofisma de distracción: la interpretación del reglamento. Y cada uno lo hace a "su modo y manera". Por eso, faltas gravísimas se quedan sin castigar o son objeto de una amonestación -a veces verbal, otras con cartulina amarilla-, mientras un simple reclamo de un jugador origina, incluso, la expulsión, porque tampoco son dialogantes.
 
     Como a los jueces y magistrados, a los árbitros en el deporte les corresponde dirigir los partidos bajo premisas elementales: conocer el reglamento y aplicarlo sin timideces, no interpretándolo, para que así la justicia resplandezca durante el tiempo que dura un partido.
 
     Ahora, cuando la televisión pone al descubierto todos los errores y escándalos arbitrales es cuando dirigentes, jugadores y aficionados les piden que procedan con la mayor honestidad, sin pensar que siempre "el pez gordo debe comerse al chico". Es decir beneficiando a los clubes "grandes" en detrimento de los "pequeños", como viene ocurriendo.
 
     Esto necesariamente abre un debate: el de los expedientes y castigos, pues los árbitros gozan de una tremenda impunidad y en vez de ser sancionados por errores al reglamento, se les premia nombrándolos para dirigir nuevos partidos a la semana siguiente de sus sonados fracasos.
 
     Viene, entonces, la tremenda injusticia; los jugadores son sometidos a la "picota pública" y sancionados -con suspensiones o multas- a pesar que muchas veces han sido víctimas de los errores  de los árbitros.
    
      ¿Pero al alcalde -los árbitros- quien los ronda?. Al igual que los jugadores, para hacer justicia, deben también conocerse sus sanciones -si es que en verdad eso ocurre, que mucha gente lo duda- y para que entre ellos no reine la total impunidad.
 
     Ahora, por ejemplo, el Tribunal Supremo ha suspendido con el retiro temporal y con petición de ampliar el castigo a tres magistrados que dejaron en libertad a un narcotraficante, que luego huyó. El escándalo se hizo público, porque eso es lo que desea la opinión pública: transparencia.
 
     ¿Por qué, entonces, no se hace lo mismo con los árbitros en el deporte, y en especial con los del fútbol?. ¿Por qué no se castigan sus errores y se hacen públicas las sanciones?. Ellos no pueden gozar de privilegios ni de ventajas, máxime cuando en el fútbol están de por medio tántos intereses deportivos y económicos. Y, sobre todo, porque siempre debe brillar la justicia
Guillermo Tribín Piedrahita 
Director de deportes diario El Siglo; director de los servicios informativos de Radio Cadena Nacional y  Todelar de Colombia. Editor Internacional de United Press International.
Redactor Jefe y Subdirector de la Agencia EFE.

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