Es interesante el origen de esta palabra, y es posible que todavía pese sobre su
significado profundo. Está compuesta del prefijo ne, de valor negativo,
más otium (ocio). La g tiene únicamente función fonética,
entre las dos vocales fuertes. Detrás de esta palabra está la idea de cualquier
ocupación no servil.
Nació este término cuando la principal división de la humanidad era entre libres y
esclavos; cuando la ocupación de los esclavos era el trabajo (labor) y la de los
libres el negotium. De la misma manera que sus respectivas denominaciones (vir
para los hombres libres y homo para los esclavos) fueron confundiéndose,
también la denominación de sus respectivas actividades fue haciéndose cada vez más
equívoca, porque a medida que los esclavos conquistaban derechos que habían pertenecido
tan sólo a los libres, se iban desdibujando las diferencias entre unos y otros. Y de la
misma manera que fue finalmente el hombre esclavo el que triunfó, también en cuanto al
modelo y al nombre de la actividad humana, fue finalmente la que denomina la actividad
servil la que triunfó: trabajo. Era el modelo propuesto por el cristianismo:
desapareció totalmente la denominación exclusiva del hombre libre (vir), que se
transfirió a "señor", para acabar denominándose toda la humanidad con el
nombre que había correspondido sólo al esclavo. En cuanto a la actividad, lo mismo;
venció la propia y exclusiva del esclavo.
Toda la sociedad consideraba el trabajo como una condena. La sociedad romana como una
condena humana, que eso era la esclavitud; la sociedad judía, como una condena divina (Ganarás
el pan con el sudor de tu frente, fue la maldición de Dios -¡El Señor!- a Adán
después de pecar). La literatura española abunda en ejemplos de cómo se rehuía el
trabajo por considerarlo deshonroso. En la novela picaresca lo vemos más descarnado.
Todos querían ser señores y caballeros, especialmente los andantes, que se dedicaban a
desfacer entuertos. La actividad más honrosa y a la par más lucrativa, era la guerra.
La Revolución Francesa tuvo mucho de redentora del trabajo. Puso en circulación el
eslogan redentor "el trabajo dignifica". Era verdad. Pero fueron ellos, los que
no se dedicaban al trabajo sino al negocio, los más dignificados y beneficiados por el
trabajo. Consiguieron que la gente se sintiese tanto más honrada y tanto más digna
cuanto más trabajaba. Fue una auténtica revolución, especialmente de las ideas (¡y
también de las palabras!). Los que la promovían no aspiraban a redimir el trabajo ni el
trabajador, sino a redimirse ellos. Con el prestigio de la revolución rusa se dio una
vuelta de tuerca más al sistema y a las palabras (esta fue mucho más una revolución de
palabras). Hasta los profesionales liberales y los políticos, y los curas, y los
maestros, y los escribanos que no trabajaban, se pasaron al bando triunfador, al del
trabajo. Todos querían llamarse trabajadores. Franco vino a ser con el
Nacionalsindicalismo, el primer trabajador de España. No es poco lo que hemos perdido con
la asignación de un nombre servil a nuestra actividad.