PARANOIA
Está de moda esta palabra entre el mocerío; por eso, más vale que sepamos de qué
hablan, por si ellos no lo saben. Proviene del griego. Esquilo, en su tragedia Agamenón
utiliza el adjetivo paranooV (paránoos)
para calificar al que tiene el espíritu (nooV / nóos) descarriado. El prefijo para- (pará) puede tener un gran número de traducciones, pero derivan
todas ellas de la idea de "cerca" en oposición más que a la de
"lejos", a la de "dentro". Donde podemos hacernos una idea bastante
acertada del significado de pará- es en el término "paralelas", que son
las líneas que están cerca, enfrente la una de la otra. La paranoia la entiende
la medicina como estar un poco "salido", sin constituir una enfermedad grave. La
definen los diccionarios como un delirio interpretativo que evoluciona de forma
progresiva, con una lógica aparente perfecta, y sin deterioro intelectual. Al no poderse
precisar esta psicopatía en su forma pura, se prefiere hablar de "personalidad
paranoica". Caracterizan esta personalidad: una hipertrofia del yo, con un orgullo
exagerado, total ausencia de autocrítica y susceptibilidad muy acentuada; desconfianza
patológica, rigidez de pensamiento, agresividad...
Se manifiesta esta patología con delirios sistematizados que se expresan en forma
ordenada y con aparente coherencia y lucidez, predominando los mecanismos interpretativos
e intuitivos, sin déficit marcado de las demás funciones psíquicas.
Como diría la juventud, cada uno tiene sus paranoias, unos más llevaderas y otros
más duras de aguantar. Los griegos instituyeron la paranoiaV
dikh (paranóias díke) o juicio de la paranoia, que
actualmente está recogido en el concepto de "incapacidad mental". No se sabe
cuáles eran sus mecanismos; se sabe que se recurría a esta figura legal especialmente
para poner coto a la prodigalidad, a fin de preservar los bienes para la familia. Caía
bajo esta denominación cualquier grado de enajenación mental que pusiera en peligro los
bienes familiares. En ese caso, el juez incapacitaba al disipador para cualquier acto
jurídico y le nombraba un tutor. Algo así se necesitaría para los políticos. Una paranoias
dike inapelable.
La segunda guerra mundial nos ofreció eximios ejemplos de paranoias notorias en los
mayores responsables de la política mundial. La suerte de millones de seres humanos
estuvo en manos de paranoicos. En ambos bandos los hubo. Y entre unos y otros
contribuyeron a la consumación de terribles matanzas. Se nos suelen quedar en el tintero
los veinte millones de muertos del padrecito Stalin. Se planteó entonces que tendría que
haber una especie de tribunales médicos internacionales que dictaminasen sobre la salud
mental y el equilibrio emocional de nuestros gobernantes. Porque es inevitable que sus
problemas personales pesen en las decisiones que toman para sus respectivos países. Es
legítimo que los ciudadanos nos preguntemos hasta qué punto el calvario que ha sufrido
Clinton y el acoso a que ha sido sometido no estará influyendo en sus decisiones, y hasta
qué punto la conducta de Milósevich no tendrá alguna vinculación con su atormentada
biografía.
Mariano Arnal
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