Es una palabra polisémica, que se ha desparramado en diversos significados por haber
perdido el que le era propio. Desde el estado de alarma y prevención que precede
al estado de guerra, hasta la hoy famosísima alarma social, que sirve para vestir
cualquier cosa, pasando por los artilugios para alertar sobre robos, incendios y demás
incidencias.
Tiene de particular esta palabra, que empezó escribiéndose al arma y luego
pasó a escribirse junto. Esto nos aclara su significado. Fue en origen la señal que se
daba, en el ejército o en la población, para tomar las armas. En las poblaciones se
utilizaba el término "tocar a rebato", tomado del árabe ribat (ataque),
y hoy en el ejército se utiliza preferentemente su sinónimo alerta, del italiano all'erta
(erta es un sustantivo formado del participio de érgere (latín erígere)
que significa levantarse. Al no percibir los hablantes la presencia de la palabra arma,
aplicaron el término a otros conceptos que muy poco o nada tienen que ver con las armas.
Casualmente es la próspera industria actual de alarmas contra robos, la que más cerca ha
quedado del significado original de alarma.
Al abandonar el significado primitivo, fue fácil crear los derivados
"alarmante", "alarmar" y "alarmarse", "alarmista".
Ciertamente estas palabras mantienen en su significado la idea de "ponerse en
guardia", que no se aleja en exceso del valor original. Las situaciones alarmantes no
nos empujan sin más a empuñar las armas, pero sí que nos ponen alerta. Y juntando ya
las armas con la alarma, es posible que lo más alarmante de cualquier guerra sea lo
escandalosamente beneficiosos que son los negocios de armas y lo deseable que es por tanto
la guerra para los que viven de estos negocios.
Es tan inmensamente lucrativo el negocio de las armas, que es imposible saber dónde
termina el negocio y dónde empieza la política (y no digamos ya las razones
humanitarias). Es imposible creer no ya en las razones humanitarias, sino ni tan siquiera
en las razones políticas de quienes ganan sumas inmensas con las armas y mueven un
volumen de dinero increíble para doblegar voluntades. La cadena de intermediarios puede
llegar a ser laberíntica y el secreto que rodea a buena parte de las operaciones, es el
caldo de cultivo perfecto para toda clase de corruptelas. Todos los partidos políticos
aceptan limosnas. Desde Clinton, cuya campaña fue financiada en parte por dinero chino
(¡del Estado, no de particulares!), hasta los partidos que más alardean de honradez.
Circulando como circulan los millones destinados a doblegar voluntades por cientos y por
miles de millones, y con las pruebas de debilidad humana que están dando constantemente
los políticos de aquende y allende los mares, es normal que nos preguntemos si esta
guerra es en primer lugar un negocio o una acción humanitaria. Y como ocurre con el
dinero de los impuestos, y a veces también con las acciones humanitarias, tendremos que
consolarnos pensando que sólo una parte constituye el peaje de la corrupción.