Del latín sisto, sístere, stiti (steti) statum. Es el verbo sto, stare,
steti, statum con reduplicación. Significa hacer mantenerse, colocar, poner,
establecer. Al añadirle el prefijo re- se modifica el significado, dándole el
sentido de detenerse, quedarse, quedar atrás, mantener la posición, mantenerse firme,
hacer frente, resistir, oponer resistencia.
La verdad es que este término está cargado de virtud. Tanto en física como en
política. La electricidad sólo nos sería útil para electrocutarnos si no fuese por las
infinitas aplicaciones del principio de la resistencia. En fin de cuentas se trata de
interponer en la línea materiales más fuertes que la corriente que circula por ellos,
que son capaces de resistir el paso de la electricidad sin fundirse. Pero donde mayor
prestigio tiene la Resistencia (con honores de mayúscula) es en el plano político,
especialmente cuando se ejerce la política con las armas. Nada nuevo bajo el sol,
empiezan a descubrir los grandes estrategas enfrentados al nacionalismo de Milósevich,
que bastante más eficaz que los bombardeos, es la resistencia interna, y en eso están,
en el fomento de la resistencia (siguen pensando que esto se puede hacer también desde el
aire), y como no puede funcionar ésta sin ideas y sin nombres, han empezado por ponerles
nombres a las cosas y por definir objetivos políticos.
Y como en toda guerra, hay inevitables daños colaterales. Es imposible hacer una
guerra calculando cada tiro con tanta precisión, que no alcance a alguien que cae cerca
de los objetivos a destruir. Se ataca el nacionalismo adjetivo de Milósevich (los más
siniestros adjetivos lo califican) e inevitablemente resulta tocado el nacionalismo
sustantivo. Es tan difícil afinar la puntería desde tan alto... Cuando hay que recurrir
a la adjetivación, cuando hay que andar distinguiendo entre los adjetivos, cuáles son
calificativos y cuáles especificativos, cuando hay que afinar tanto la puntería, se
producen errores lamentables. Pero hay que asumirlos. Son el precio colateral de la
guerra. Y cuando se construya la Resistencia contra el nacionalismo criminal de
Milósevich, será inevitable armarla de argumentos, de doctrina, de filosofía
fácilmente reductible a consignas sencillas e inteligibles, que inevitablemente
adquirirán un significado más amplio que el que se les quiere dar, exactamente igual que
ocurre con las bombas, que al ser imposible una puntería milimétrica (la guerra no está
para medir en milímetros), se producen lamentables daños colaterales. Pero hay que
asumirlos sin rasgarse las vestiduras. Cuando acabe la guerra, volverán las aguas a su
cauce.
Se están produciendo ya los primeros daños colaterales de la Resistencia al
nacionalismo genocida de Milósevich. Las palabras, igual que las bombas, desvían su
trayectoria apenas nada, y tocan a otros nacionalismos que ni son genocidas, ni son
criminales (bueno, algunos sí), ni atropellan derechos fundamentales de la población (el
que esté libre de pecado, que tire la primera piedra).