SENILIDAD
Ser viejo es hoy día una enfermedad y por tanto un estigma. Ni las personas ni las
sociedades sanas se ufanan de sus debilidades, antes al contrario recurren a los
eufemismos para ocultar tras ellos el hecho esencial de que consideramos mala, y por tanto
digna de ser ocultada, la realidad que con ellos denominamos. Desde el momento en que
decimos "personas de la tercera edad", "personas de color",
"invidentes".. delatamos nuestro esfuerzo por ocultar detrás de palabras
apañadas, una realidad que percibimos como negativa.
Del latín senex, senis, que significa viejo en cuanto a la edad (senex
canis, perro viejo; senex servus, esclavo viejo; cómici senes, cómicos
viejos), derivamos una serie de cultismos. Todas las lenguas románicas desecharon esta
palabra para denominar a los viejos, prefiriendo vetus véteris, aplicado a
personas, animales o plantas. Posiblemente fue la institución de los veterani (ver web), más popular y más cercana
que la de los senatores, la que inclinó la balanza en favor del término vetus
véteris (viejo). De senex hemos derivado senectud, senil,
senilidad, señor y sus derivados, senado y sus derivados. Y la
expresión latina senior, que se usa en contraposición a junior.
Los dos grupos de nombres latinos derivados de senex, nos dan idea del enorme
prestigio que tenía la vejez entre los romanos. Por una parte el senado,
institución formada por los más viejos, a quienes se consideraba imprescindibles para el
buen gobierno de la República. Y por otro lado los seniores (los más
viejos). Se llamó así (y volvemos a empalmar con la institución de los veteranos) a los
soldados de reserva, que eran los ciudadanos de más de 45 años de edad, incluidos en las
centurias de ancianos para comicios electorales; en el Bajo Imperio se llamaba así a los
ancianos más respetables, tanto de entre los miembros del senado romano, como de entre
los dirigentes de comunidades hebreas o cristianas. Más adelante senior se
utilizó como tratamiento de respeto a todo superior, y a principios de la Edad Media se
había convertido en sinónimo de dóminus (señor, dueño), pero de tal
modo que tuvo que tuvieron que complementarse ambos términos: senior dóminus,
que nos da el actual señor don.
¿Qué se hizo de tanta consideración, tanto honor y tanto respeto por los viejos? En
qué ha quedado todo ese esplendor? A juzgar por el valor que tuvieron antaño las
palabras que a ellos se referían y el que actualmente tienen, les hemos despojado de todo
lo que tenían de positivo y nos hemos quedado con los despojos. Hemos reservado los
cultismos para denominar sus debilidades: senilidad es la debilidad orgánica y
mental inherente a la vejez. En la terminología coloquial, tampoco ha quedado la vejez
muy bien parada. No hay nombre bueno para los viejos. Ni abuelos, ni ancianos, ni gente
mayor, ni personas de la tercera edad. No acaba de cuadrarles ninguno, porque la verdad
última es que son ellos los que no cuadran en una sociedad que huye de la vejez, y como
acto reflejo, también de los viejos.
Mariano Arnal
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