Desde el punto de vista léxico, no ofrece esta palabra ningún atractivo especial. El
término territorium y territorialis nos vienen ya fraguados en latín.
Simplemente indico que al ser tan semejantes terra y terror, uno busca
posibles puntos de relación. Por ejemplo, enterrar, soterrar y desterrar tienen igual
estructura que aterrar: prefijo, más la forma verbal derivada de terra. No se
explica fácilmente por qué en aterrar tenemos el mismo verbo derivado de tierra, si su
significado no tiene nada que ver con tierra. O acaso sí. Porque aterrar significó
también hace medio milenio, abajar a tierra, humillar, poner en baja situación moral; de
donde fue ya fácil el paso al terror, que no deja de ser una forma de humillación, la
más intensa manifestación de humildad (recuérdese al respecto la conducta de los perros
y otros carnívoros) ante las exhibiciones de fuerza del más poderoso. Suponiendo que
esta elucubración léxica fuese correcta, se podría interpretar el terrorismo como un
sistema de exhibición de ferocidad, tendente a aterrorizar a aquellos a quienes se
pretende expulsar del territorio.
Pero si bien en las especies libres existen conductas evidentes de territorialidad, las
diferencias que éstas tienen con las conductas humanas, son muy notables. En primer
lugar, la delimitación del territorio por parte de las especies que viven en libertad,
viene determinada siempre por dos criterios que se equilibran entre sí: por una parte, la
necesidad de formar grupos numerosos, porque formando grandes comunidades se sienten más
fuertes y más seguros; por otra, la necesidad de contar cada individuo o cada subgrupo
con el territorio suficiente para proveer a su alimentación y a su reproducción.
La mayor diferencia, quizás, entre la territorialidad humana y la que practican los
animales libres, es que éstos nunca son dueños exclusivos del territorio, sino que lo
comparten, cada uno en régimen de dominio absoluto, y sin ningún tipo de sometimiento,
con otras especies, competidoras algunas, proveedoras otras, y depredadoras otras, sin que
esta situación origine especiales tensiones, como no sea en épocas de grave escasez.
Ninguna especie libre se empeña en desalojar de su territorio a las especies competidoras
ni a las especies "enemigas", porque en la Naturaleza se aplica hasta sus
últimas consecuencias el eslogan "haz el amor y no la guerra". El principal
quehacer de las especies libres es la vida, en todo su ciclo, que se repite sin
interrupción, con lo que simplemente se dedican a derrochar su vida; y de la
sobreabundancia viven las especies superiores. La lógica de la Naturaleza, en esto como
en tantas otras cosas, es diametralmente opuesta a la de la especie humana. Por eso, si se
quieren justificar tanto las conquistas como las limpiezas territoriales poniendo como
ejemplo a los animales que viven en libertad, sólo deformando los hechos y torciendo los
argumentos puede hacerse. La Naturaleza ha diseñado sistemas ecológicos completos en los
que conviven en un mismo territorio cazadores y cazados, y competidores en todos los
terrenos, sin que ello implique ninguna situación de terror.