INTEGRACIÓN
Hay palabras que se han inventado para la demagogia. Ésta es una
de ellas. Los que se llenan la boca con esta palabra, lo que hacen es precisamente
desintegrar. Los fabricantes de lavadoras recomiendan que se laven por separado las
prendas blancas y las de color; a no ser que no se pretenda hacer un lavado, sino tan
sólo un enjuagado, en cuyo caso no importa mezclarlo todo. Y en el caso de que haya que
lavar alguna prenda que destiñe, recomiendan encarecidamente que se lave sola. Claro que
queda una salvedad: allí donde no importa demasiado el cuidado de la ropa, se puede lavar
toda junta, incluso la que destiñe. El blanco no será tan blanco, los colores tenderán
a igualarse, pero la ropa de abrigo seguirá abrigando, y la fresca continuará siendo
fresca.
Integer, íntegra, íntegrum
es el adjetivo latino del que hemos sacado la integridad y la integración. El problema de
la contradicción resultante entre ambas palabras y ambos conceptos, parte de la
asignación de valores distintos al prefijo in-. En los términos integridad
e íntegro es difícil, examinando el uso de ambos tanto en latín como en las
lenguas románicas, no estar de acuerdo en que el valor de in- es el de
prefijo privativo; lo que es más dudoso es que el elemento teger tegra tegrum sea
pariente lejano de tango, tángere, tactum (tocar), de manera que íntegro e
intacto no sólo serían sinónimos, sino además primos hermanos. A falta de otra
cosa, tendremos que conformarnos con esto. Pero al pasar a la verbalización del adjetivo íntegro
y al formar integrar, hacemos como en las matemáticas, que según cómo y cuándo,
cambiamos de signo; de manera que si en íntegro el prefijo in significa que
aquello de lo que se trata está intacto, en el verbo integrar lo que
expresamos con el prefijo in es justamente la penetración, la introducción, la
alteración del sistema cerrado al que se integra algo o alguien, con lo que viene
a resultar que todo acto de integración, y tanto más cuanto más forzada es, es
un acto de agresión supuestamente en favor del elemento que se integra, pero con
alteraciones no siempre beneficiosas para el elemento en el que se integra.
Los casos más extremos nos los presenta la física: si queremos introducir a la fuerza
partículas en un átomo, lo que obtenemos es una desintegración atómica, no una integración.
Total que la mejor manera de desintegrar un átomo es integrarle a la fuerza partículas
incompatibles. Y otro tanto ocurre con la fusión: una palabra que no puede ser
más positiva y benéfica. Pues muy bien, cuando tanto la integración como la fusión se
hacen contra natura, forzando más allá de lo que realmente es posible integrar o
fusionar, lo que ocurre es que ponemos en riesgo la integridad de todo el sistema
que pretendemos mejorar.
Hemos de asumir que integridad e integración son términos
antagónicos, que se comen el terreno el uno al otro. Una integración al 100% o es
un simulacro y una hipocresía para llenar estadísticas, o se carga la integridad
del sistema del que pretende formar parte como si tal cosa. Un sistema integrista al
100% deja fuera a muhos que cabrían muy bien en el sistema sin sacrificarlo y apenas
alterándolo.