ENGAÑAR
Entre la decepción, el reclamo y el engaño tenemos
formada una tríada que no es fácil despachar de trámite. En el reclamo tenemos
exclusivamente engaño. Pero no lo revela la propia palabra. En cambio en el engaño es la
propia palabra la que nos pone sobre la pista de su naturaleza. Gannire
significa en general producir sonidos animales, sean propios del hombre o de otros
animales. Y el sustantivo gannitus nos da ya directamente gañido;
su parentesco es evidente. Esta palabra la han usado los autores latinos con diferentes
valores: el original y más frecuente, de origen onomatopeico, hace referencia a los
gañidos o aullidos de los perros pequeños. Se amplía luego, según los autores, al
sonido de diversos animales, hasta representar también el de los pájaros (así la
Vulgata y Apuleyo); y se aplica finalmente por analogía a todos los sonidos humanos que
no constituyen habla propiamente dicha (lamentaciones, gemidos, quejidos, arrumacos) o
aquellos que quien así los denomina, no percibe como habla (gruñir, refunfuñar,
despotricar, cichichear, mascullar entre dientes). No existe la palabra latina in-gannare,
y sin embargo parece evidente que el segundo elemento se ha tomado del latín. El prefijo in
es resultado probablemente de la fuerte inclinación de los hablantes a añadir un
prefijo (no necesariamente significativo) con la sola intención de darle más fuerza a la
palabra por el elemental recurso de alargarla. De todos modos, la elección del prefijo in
con preferencia a otros, se explica por su valor de dirección e incluso de ataque,
perfectamente deducible en infinidad de formaciones análogas (in-sultar significa
"saltar contra alguien"; in-vectiva es "lo que se lanza contra
alguien"...).
Lo que da que pensar es que nuestros tatarabuelos eligiesen
precisamente esta palabra para denominar el engaño. Porque habiendo desarrollado el
latín palabras muy evolucionadas para expresar este concepto, constituye un retroceso
volver a un término y a una imagen onomatopeicos para formar una nueva palabra. Me
inclino a pensar que ésta se debió formar como calco de alguna otra preexistente del
sustrato prerromano. O en la fuente inagotable de palabras onomatopeicas, que es el
lenguaje infantil (¡el de los mimos!, es decir el de las imitaciones). Y como los genes
de que están formadas las palabras, ahí están con sus caracteres, a la vista unas veces
y ocultos otras, resulta que hemos reservado este término frente a "mentir"
separando diáfanamente los respectivos campos. No se puede mentir sin palabras. La
mentira corresponde en exclusiva al mundo de la palabra. Sí que se puede en cambio
engañar sin palabras, porque el engaño pertenece más bien al ámbito de la percepción
y de los sentimientos. Se puede engañar muy bien diciendo la verdad; se puede ser al
mismo tiempo verídico y engañoso. Por eso en la escala de la maldad ocupa un lugar
preeminente el engaño, que reviste una especial gravedad porque burla las facultades que
uno ni sospecha que puedan ser objeto de engaño, como son los sentimientos. Pero nuestro
peor enemigo acabamos siendo nosotros mismos, que tenemos tantas ganas de ser engañados,
que nosotros mismos nos llamamos a engaño.