LA SABIDURIA DE LO ENFERMO:       Dr. Javier Martínez y Dra. Maria Jesús Clavera


Las epidemias se auto-limitan naturalmente

Las epidemias son 'brotes', aumentos en la frecuencia con que se da una enfermedad en una población de seres humanos, animales o plantas. No hace falta que lo que aumente sea una 'enfermedad', en sentido clásico: cualquier trastorno o alteración (como una intoxicación, la criminalidad, el aumento de embarazos en adolescentes, etc) puede ser considerado como una epidemia. Incluso las guerras podrían ser considerados 'brotes' epidémicos.

Todas la epidemias se auto-limitan, espontáneamente, por si sólas, aunque el hombre no intervenga. Así como en determinado momento se inician y crecen, a partir de otro momento decrecen y finalizan. Antes y después de los 'brotes', las enfermedades quedan limitadas a sus mínimos, en las llamadas zonas endémicas, afectando sólo a determinadas especies (llamadas 'reservorios naturales') e individuos en riesgo: esperan su oportunidad para originar nuevos brotes epidémicos, cuando las circunstancias sean propicias; si eliminásemos totalmente un microbio de la faz de la tierra, otro u otros tomarían el relevo inmediatamente, pues todo lo que nace tiene que ser destruido de una u otra forma.

Que las epidemias no duran siempre y que finalizan por si sólas es algo obvio y esperable, ya que sino se extenderían sin limite y matarían o debilitarían a toda la población, a toda la especie. Esto es algo que no ha ocurrido, afortunadamente: la desaparición de especies es otro tipo de fenómeno, del que hablaremos otro día.

Por eso mismo hay muchas epidemias leves (como las de los resfriados estacionales) y pocas epidemias severas: eso no es algo que tampoco haya conseguido el hombre ni la ciencia, sino una ley de 'dinámica de poblaciones' muy conocida en Biología, tal y como expusimos en otro articulo (ver: Predadores, parásitos y patógenos). 

Que la Naturaleza tiene recursos suficientes para limitar por si sola los brotes epidémicos, es algo también obvio y constatable en los millones de animales y plantas que nos rodean, incluso antes de la aparición del homo sapiens. La vida es un fenómeno tan ubérrimo, cambiante e incontrolable que es muy dudoso si el ser humano ha 'controlado', 'vencido' y 'erradicado' alguna vez alguna epidemia, aunque crea, en su vanidad, que lo ha hecho, y aunque a los vendedores de vacunas y fármacos les venga bien fomentar esta creencia.

El número de enfermedades frente a las que existe vacunación médica o veterinaria es ridículamente pequeño en comparación al de todas las existentes y, aunque algunas temibles enfermedades han disminuido su incidencia hasta casi desaparecer, otras están ahora aumentando. A pesar de la insistente propaganda que hemos oído desde pequeños, lo cierto es que las vacunas no alteraron el espontáneo ritmo de descenso de las enfermedades que decían combatir; un descenso que, en la mayoría de los casos, se había iniciado mucho antes del inicio de las campañas de vacunación.

En cuanto al uso de los fármacos, sabido es que por si sólo no pueden erradicar una enfermedad de la población, aunque sí pueden ir produciendo efectos secundarios, deterioros en el sistema inmunitario y aparición de microbios super-resistentes.

Esto no significa renunciar al uso de vacunas y fármacos, significa no engañarnos respecto a ellos. Hemos de usar fármacos, pero con prudencia, para aliviar a los pacientes y facilitar que los procesos naturales e inmunitarios los vayan sanando. Y, si los beneficios superan los riesgos asociados, hemos de usar algunas vacunas, muy pocas, exentas de metales en sus excipientes, tras la etapa de lactancia, en forma gradual y no combinada.

Siguiendo los análisis de Frederiksen en 1969, el epidemiólogo Thomas McKeown estudió en 1978 los descensos en la mortalidad (del 40‰ a <10‰) y fecundidad (del 50‰ a <10‰), así como el aumento de la esperanza de vida (de 30 a >70 años) que se habían registrados en Europa en los últimos 200 años. Mediante los llamados 'modelos de Transición Demográfica' demostró que estas variaciones respondían a una transición de un perfil demográfico preindustrial a un perfil ligado al crecimiento económico; y demostrando que las mejoras en terapéutica y tecnología médica apenas habían influido en estos espectaculares cambios, ni habían podido siquiera hacerlo, puesto que su aplicación fue mucho posterior. Sus análisis concluyeron que las espectaculares mejoras en la salud observados en Europa durante los últimos siglos obedecían básicamente a la capacidad de la población para resistir a las infecciones, hecho derivado a su vez de las mejoras nutricionales e higiénicas de la población.

En resumen: la incidencia de algunas enfermedades ha descendido mucho, algunas hasta casi desaparecer, y las epidemias terminan por descender; pero el uso de fármacos y las campañas de vacunación no han 'vencido' ni 'erradicado' dichas enfermedades y epidemias, aunque poderosos intereses nos hagan creer lo contrario.


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