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PÁNICO 

Esta palabra la crearon los griegos como adjetivo que acompañaba a términos que significan miedo, espanto, terror (deima / déima); pero no sólo eso, sino también alboroto (qoruboV / zórybos) y agitación o revuelta (taracoV / tárajos). El contexto, pues, del pánico, parece que no ha variado desde que se forjó el término. PanikoV, Panikh, Panikon (Panikós, Paniké, Panikón) es el adjetivo que lleva inicial mayúscula por serlo de un nombre propio, el del dios Pan (Pan). Los griegos atribuían a este dios los ruidos y rumores de que están pobladas las zonas boscosas de montes y valles, que en especial cuando crecían en intensidad producían toda una escala de miedos que llegaban al terror. A esta especie de miedo provocado por los alaridos del dios Pan, le llamaron miedo Pánico, para acabar denominándolo simplemente pánico. Fueron los mismos griegos los que llegaron a la sustantivación: to panikon (to panikón), en singular y ya en minúscula, y ta panika (ta paniká), en plural neutro. 

Conviene atender al contexto natural de esta palabra, además de a su origen léxico. Para acabar de centrar este último hay que recordar que el dios Pan, el de los pies de cabra, es el que tiene a su cargo los campos y los montes, los rebaños y los pastores, pero que se complace de vez en cuando en asustar a unos y a otros (es esta última característica la que le valió que su nombre se relacionase con el miedo). Los faunos, ya más amables, son réplicas de este dios. Y no es tanto que los griegos se inventasen un dios que se complacía en asustarles, sino que justamente intentaron darle la vuelta al miedo que les producían los ruidos de la selva, atribuyéndoselos a un dios benéfico que en fin de cuentas tenía la misión de proteger el bosque y en especial a los rebaños y a los pastores. Pero quedémonos con los ruidos perturbadores del bosque como sustancia del más primitivo pánico. Porque cuando éste evoluciona con la civilización, resulta que el montaraz y selvático adjetivo pánico se aplica a los alborotos y tumultos que se producen en las asambleas, a los murmullos de reprobación y a los clamores hostiles. La asamblea se convierte en una selva cuyos ruidos amenazantes pueden producir el mismo pánico que los de la naturaleza. Ha cambiado el escenario, pero el componente principal del pánico sigue siendo de carácter acústico. Los gritos de la multitud producen el mismo desconcierto, la misma inseguridad y finalmente el mismo pánico que los de la  indómita selva. En el mismo orden están los disturbios, las revueltas, la agitación de las multitudes, que dan lugar a situaciones de pánico. Estamos en los mismos escenarios definidos por los griegos y sufriendo idénticas pasiones. El pánico sigue siendo lo que era. 

Pero probablemente ha aumentado su intensidad, del mismo modo que todas las enfermedades del espíritu han ampliado sus dominios. Por los contextos en que se presenta, no parece que el pánico griego fuese el nivel más intenso del terror. Aún cabía acrecentarlo, y creo que este mérito le corresponde a nuestra modernísima civilización. Pero no sólo eso, sino que le hemos dado dimensión colectiva, de individual que era, porque entre las enfermedades del alma, además de las individuales estamos cultivando las colectivas. El pánico, tan contagioso, es una de ellas.   

Mariano Arnal