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MINUSVÁLIDO

¿Quomodo vales?, decían los romanos donde nosotros preguntamos: "¿Cómo te encuentras?", o más abreviado: "¿Qué tal?" Váleo, valere, válui, válitum es el verbo con el que se referían al disfrute del pleno vigor físico en primer lugar, y luego a la fuerza que de él se deriva. El imperativo "¡Vale!" (plural, valete) es la fórmula de despedida de los romanos. Traducida, sería más o menos: "¡Que estés fuerte y robusto!" (el saludo al encontrarse era "¡Salve!, una exclamación deseando salud). Entre el saludo y la despedida, manifestaban los romanos su deseo de salud: de entrada se conformaban con la salud; al despedirse eran más efusivos: le deseaban salud a su contertulio su más alto grado. Calificaban de válidus al fuerte, robusto, vigoroso, rebosante de salud. Y fueron los mismos romanos los que forjaron el concepto de invalidez: inválidus era el débil y enfermo, el que había perdido las fuerzas, el imposibilitado, el impotente. Si tenemos en cuenta que para nosotros "válido" es igual a "útil", resulta que para nosotros el inválido no es sólo el que ha perdido las fuerzas, sino el "inútil"; y en efecto, se ha usado este término en nuestra lengua como sinónimo de inválido. Hasta no hace mucho formó parte de la terminología administrativa. De todos modos, nunca fue agradable ser llamado inútil ni inválido, sobre todo desde que perdió su valor exclusivamente militar, contexto en el que al menos quedaba compensada la desgracia por el honor de haber llegado a ese estado sirviendo al bien común. Apenas se lleva ya la denominación de inválido; permanece en cambio en pleno vigor la invalidez, residuo de la otrora honrosa denominación de inválido. En efecto, cuando alguien no está en condiciones de trabajar, la Seguridad Social califica su situación de "incapacidad laboral", que siempre es transitoria (si ha de calificar al trabajador no lo hace con el adjetivo "incapaz", sino con el de "incapacitado"; la diferencia está en que el primero es activo, y el segundo pasivo). Si persiste esa incapacidad más allá de un determinado período se le declara en situación de invalidez (evitando calificar al trabajador de inválido), que presenta diversos grados hasta llegar a la gran invalidez.

Pero con tener la denominación de inválido un historial honorable, no acaba de satisfacer, por lo que se pasó, si más no por manifestar con ello una cierta deferencia, a la de minusválido, que es la que está hoy vigente. La diferencia es bastante notoria: el término in-válido niega totalmente la validez, es decir la capacidad de la persona; es lo mismo que inútil, pero menos transparente. En cambio en el término minus-válido limitamos esa invalidez, lo que equivale a negarla en principio. Y esa es la intención: afirmar la validez, la capacidad de la persona, pero especificando que sufre una disminución (que no es lo mismo que eliminación). Nos pasamos por tanto a la negación relativa: en vez de "no válido", "menos válido". Lo mismo hemos hecho con los términos "disminuido" (físico y psíquico), no tan afortunados como el de minusválido, pero mejor de todos modos que el de subnormal, sustituto del antiguo anormal, pero que como éste ha sufrido ya el desgaste de la malevolencia y ha pasado a la categoría de insulto (no tan grave como los de idiota, imbécil, estúpido, tarado). Tenemos, pues, un gran avance, y es que tal como los anteriores términos se han convertido en insultos, el de minusválido o discapacitado no tiene trazas de llegar a serlo. Es que hemos avanzado en el respeto a las personas afectadas.

Mariano Arnal