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LEUCEMIA 

Sangre negra, sangre roja, sangre azul, sangre blanca. La leucemia no necesita, para ser entendida como nombre de enfermedad, ninguna de las desinencias al uso: -algia, -noso, -itis, etc. Se basta y se sobra a sí misma. Incluso cuando trasladamos la expresión al terreno metafórico, decimos del que muestra poca vitalidad y emotividad, que tiene “sangre de horchata” (= blanca), o que le corre agua por las venas.  

Siendo ésta una palabra toda ella de estructura griega, no fue formada por los griegos, que por otra parte compusieron alrededor de un centenar de términos a partir de la palabra aima (háima) = sangre. De ellos sólo tres han sobrevivido para la medicina: la aimorragia (haimorraguía) = hemorragia, las aimorroideV (haimorróides) = hemorroides, y la aimostasiV (haimóstasis) = hemostasis, con su adjetivo aimostatikoV (hamostatikós) = hemostático. El resto de términos, entre los que destacan los referidos a derramadores y bebedores de sangre, han quedado como reliquia arqueológica. Pero formaban parte de una vida en la que no sólo la presencia, sino también el prestigio de la sangre, era muy grande. No debemos perder de vista el excelso papel que se le asigna en los sacrificios y los ritos que los acompañan. Con sangre se lavan los pecados: con la sangre de las víctimas que ocupan en el altar el lugar del pecador; con sangre se aplaca la sed de los dioses. 

El otro elemento que compone la palabra leucemia, leukoV (leukós), significa “blanco” por extensión. Su significado propio es brillante, resplandeciente, puro, limpio. De ahí que no fuese impropio en griego hablar de agua “blanca”, sol “blanco”, oro “blanco”, día “blanco”, porque leukoV (leukós) significa límpido y transparente en uno; en el otro, resplandeciente; en el otro bruñido y brillante; en el otro, luminoso. El de “blanco”, pues, es un significado de síntesis. En cuanto a la sangre, se define como un humor rojo en los vertebrados y en el hombre, y blanco en la mayoría de los invertebrados. Pero tan pronto como se pudo someter la sangre a las lentes del microscopio, se fueron definiendo los elementos que la componen, entre los que se distinguió en seguida por su coloración, a los glóbulos rojos o eritrocitos (eritroV / éritros significa rojo) y a los leucocitos (kutoV / kýtos es propiamente una concavidad cualquiera: la del barco, la del vaso, la del caparazón...;  en realidad quiere ser la traducción del término latino céllula al griego, y con ese valor se usa en biología y en medicina. Los leucocitos se llaman así no por ser propiamente blancos, sino por ser incoloros, en oposición a los glóbulos rojos.  

A falta de la historia de la palabra, planteo la duda de si el nombre de leucemia, muy adecuado, se le dio a esta enfermedad por el aumento extraordinario que experimentan los glóbulos blancos en la mayoría de las enfermedades de este género, o si fue más bien por la extrema palidez de estos enfermos. No tendría nada de extraño este origen. Al fin y al cabo estaría en línea con la tendencia del lenguaje: así, los afectados de leucemia presentarían esa palidez tan pronunciada, a causa de la blancura de su sangre. Esa sería la más justa adecuación de la realidad científica detectada por el microscopio, a la realidad aparente. De todos modos hay notables diferencias entre unas leucemias y otras: ni siquiera coinciden en la superabundancia de glóbulos blancos (leucocitos). Lo que sí tienen en común todas ellas, es que se trata de leucocitos malformados, es decir cancerosos. No se tiene seguridad sobre su etiología (sus causas); pero ahora que se ha reactivado la polémica sobre los restos de uranio empobrecido que están incrementando los casos de leucemia en los Balcanes, es momento de recordar una doctrina de muchos decenios sobre el “poder leucemiante, sobradamente comprobado, en bombardeos nucleares, radioterapia prolongada, manipulación sin precauciones de productos radiactivos, etc.” (enc. Larousse, edición de 1984)

Mariano Arnal