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HEMATOCRITO 

Se nota en la nomenclatura de los componentes de la sangre, que se descubrieron y se describieron en una época en que  todavía tenía vigencia y prestigio el conocimiento del latín y el griego. Los nombres están francamente bien elegidos. Empezando por los componentes básicos: el plasma, los glóbulos rojos, los glóbulos blancos y las plaquetas. El nombre de los glóbulos rojos ha oscilado entre eritrocitos (eritroV/éritros significa rojo, y kutoV / kýtos, célula) y hematíes, cuyo referente griego más próximo es aimatiV /haimatís que designa el vestido rojo púrpura, de color de sangre. Pretende designar por tanto los elementos que dan a la sangre el color rojo. Frente a estos dos términos cultos, tenemos el que ha pasado al caudal de la lengua hablada, el de glóbulos rojos (glóbulo es el diminutivo de globo), directamente inteligible en nuestra lengua. Los glóbulos blancos o leucocitos toman su nombre de leukoV leukós, que significa blanco, más kutoV (kýtos) = célula. 

El hematocrito (la palabra nació esdrújula, como correspondía en propiedad, pero ha perdido el acento) parece que se inventó para separar los elementos que dan a la sangre su rojez, del elemento incoloro. Un hematócrito por tanto es el aparato destinado a “cribar” la sangre para comprobar la densidad de hematíes suspendidos en ella. Llama la atención el segundo elemento, krito (kríto), de la noble familia de criterio, crítica, crisis. El verbo común a todos ellos es krinein (krínein), cuyo significado original es separar, y de ahí elegir, segregar; y derivando aún más, se pasa a la deliberación y al juicio, tanto de la mente como el de los jueces, y de éste a la adjudicación y a la condena. Lo más curioso de este verbo es que pertenece al mismo grupo léxico y semántico del latino cernere, que con los prefijos dis y con, se entiende mucho mejor: discérnere, discrevi, discretum; concérnere, concrevi, concretum. He ahí el discernimiento y la concreción. Y todo por el procedimiento de la criba, una de las operaciones capitales de la mente. Y una palabra que tenemos bien presente tanto por la rama latina, como por la griega. Siguiendo, pues, en el hematocrito, se trata de un aparato centrifugador que separa del plasma sanguíneo los glóbulos (más propiamente los llamados elementos formes de la sangre: hematíes, leucocitos y  plaquetas); lo cual permite valorar la calidad de su composición. El nombre pasó del aparato, al trabajo que realiza, que se denomina propiamente índice o valor hematócrito. Pero se entiende generalmente por este término la relación existente entre los glóbulos rojos (hematíes) de la sangre y el volumen total de ésta. Se obtiene ese valor sometiendo a centrifugado una muestra de sangre: los corpúsculos formes (la mayor proporción corresponde a los glóbulos rojos) se sedimentan, y el plasma sobrenada. 

El hematocrito no es, por tanto, como suelen decir los diccionarios etimológicos, el que interpreta (krithV / krités), sino el que separa, el que discierne (krinei krínei) los elementos de la sangre. La etimología propuesta es más adecuada para el llamado hemograma (la transcripción del análisis de sangre), mucho más detallado que el hematocrito, que tan sólo separa de la sangre el plasma y los elementos que en él están en suspensión, con lo que nos da únicamente un análisis de densidad. Si el resultado es de un 45% de hematíes (entre 4 y 5 millones por milímetro cúbico) y un 55% de plasma, es que la sangre no es pobre; lo cual no implica que sea sana. En un análisis propiamente dicho, se tienen en cuenta todos los componentes de la misma, que pasan de la treintena. Se examina la velocidad de sedimentación globular, se determinan las proteínas plásmicas, se desarrolla un hemograma tan completo como lo requiere el diagnóstico. Nos quedan por examinar en el espeso bosque de términos referidos a la sangre, la hematopoyesis (la fabricación de sangre; esta palabra la inventaron los griegos, para referirse al derramamiento de sangre) y la hemoglobina.  

Mariano Arnal