GLÁNDULAS
Glans, glandis es
la palabra con la que en latín se denomina la bellota. En español
hemos derivado glande por una parte, y glándula por otra (diminutivo
de glandes). En latín se usa ya esta palabra en anatomía,
concretamente para denominar las que hoy llamamos amígdalas (amygdala,
transcripción literal del griego amugdalh
/amygdále, que significa almendra).
Prima facie ( = a primera
vista) parece que desde una perspectiva léxica, el padre de todas las
glándulas es el glande. En efecto, ya en el siglo I de nuestra era,
Aulio Cornelio Celso, el llamado Hipócrates latino, en su tratado De
medicina libri octo, usa ya la denominación de glande (en latín, ni
más ni menos que bellota) para el extremo terminal del pene,
recubierto por el prepucio. Efectivamente, la semejanza es evidente,
por lo que la denominación tuvo total aceptación. Más aún, es
bastante probable que no fuera él su introductor. Seguramente venía
usándose en el lenguaje vulgar (eso explicaría que no se encuentre
en la literatura clásica). Abona esta hipótesis el hecho de que la
misma metáfora se empleó en griego para esta denominación. En
efecto, balanoV (bálanos)
significa bellota, y es la palabra que al menos desde Aristóteles
se usa para denominar el glande. Si la metáfora no se la inventaron
los romanos, bien pudieron copiarla de los griegos.
Pero hay más: el denominador común de todas
las glándulas, aquello que las hace entrar en la misma denominación,
no es ya la forma de glande, es decir de bellota, que no se repite en
las que llamamos "bellotitas" (glándulas) sino que es su
función secretora. No se entiende que se haya sacado de la nada la
denominación de glándula. Parece, sólo parece, que vuelve a ser el
glande el que ofrece en imagen de gran aumento lo que luego reproducen
todas las glándulas a menor escala. El glande se nos presenta como un
inequívoco órgano secretor. Es más, sólo como tal tiene sentido.
En cuanto deja de segregar, pierde su valor y significación. El que
las secreciones de éste no se produzcan ahí mismo, sino en glándulas
ocultas, no altera la imagen. Es posible por tanto que fuese
precisamente esta función la que indujo a asignar a las glándulas
como nombre, el diminutivo de glande. Al tiroides, por ejemplo, tan
prominente, pero cuyas secreciones no se perciben, se le llama
vulgarmente la nuez, o la nuez de Adán; pero su denominación científica
genérica vuelve a ser la de glándula ("bellotita") por ser
un órgano secretor (el nombre de tiroides le viene de qura
/ zýra = puerta, más eidoV
/ eidós = aspecto; el término quro-eideV
/zyro-eidés lo usan ya Galeno y los
tratados de veterinaria). Y si de ahí nos pasamos a la que podríamos
considerar como la especialidad en glándulas, volvemos a seguir tan
desorientados como estábamos. Se supone que es el endocrinólogo el
especialista en las glándulas de secreción interna. Tampoco es que
con esto quedemos mejor situados respecto a la naturaleza y organización
jerárquica de las glándulas. No es ese precisamente un criterio de
clasificación demasiado clarificador. Posiblemente eso es así porque
esta rama de la medicina está aún verde para organizarla. Pero los
nombres ya están puestos.
Mariano
Arnal
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