EMBRIÓN
Embruon (émbryon)
es la forma griega de esta palabra; la única diferencia con la
palabra española está en el acento, que lo hemos trasladado a la última
sílaba. Y en el significado, claro está: embrión era para
los griegos todo lo recién nacido. Se usó especialmente este
término para designar al cordero recental (recién nacido). Pero acabó
especializándose en lo que conocemos hoy como embrión y feto;
primero el humano, y luego también el de los demás mamíferos. Lo
singular es que a la manera como los romanos aplican por igual el
nombre de feto al feto y al recién nacido, así también los griegos
aplican indistintamente el nombre de embrión al feto y al recién
nacido. Eso es así porque el embrión griego es un sinónimo
casi milimétrico del feto latino. La especialización por
tanto del término embrión para designar una fase del desarrollo
anterior al feto, no la hemos recibido de los griegos, sino que es de
cosecha muy reciente.
Si atendemos a la forma
de la palabra, tenemos por una parte el prefijo en
(en),
que nos da idea de localización, e incluso de interior, más el verbo
bruw (brýo),
que significa brotar y empujar (la vegetación) en abundancia, brotar
con fuerza, cubrirse una rama de brotes o yemas: h
gh bruei (e gue brýei) =
la tierra se cubre de vegetación; h cwra
bruei anqei, elaaV, dajnhV, ampelou...
(e jóra brýei ánzei, eláas, dáfnes, ampelu)
= la región está cubierta de flores, de olivos, de laurel, de viñas...
El significado se extiende a hervir, fermentar, bullir, y al metafórico
rebosar (agaqoisi
/ agazóisi, de bienes). Es inequívoco
el valor que tiene este verbo griego de nacer con empuje, fuerza y
abundancia (la vegetación, y metafóricamente todo lo demás). Pero
fue la misma lengua griega la que le puso fronteras a un verbo tan
expansivo, mediante el prefijo en (ante b, em,
como en español) con el que limitaba al claustro materno el área de
acción de un verbo tan brioso. El embrión griego es tan igual
al feto latino (incluso en el significado de recién nacido), que a
partir de él se formaron una serie de términos compuestos propios de
la tocología de la época: embruo-docoV (emryo-dójos)
es el que recibe el feto; embruo-qlasthV
(embryo-zlástes),
el instrumento para trocear y extraer el feto; embruo-ktonoV
(embryo-któnos),
el que mata el feto en el vientre de la madre; embruo-tokia
(embryo-tokía), parir
un feto (es decir, abortar); embruo-tomia (embryo-tomía),
incisión para extraer el feto; embru-oulkia
(embri-ulkía),
extracción del feto; embru-oulkoV (embry-ulkós),
fórceps para extraer el feto. Es evidente en todos estos compuestos
que donde dice embrión, no podemos entender otra cosa que feto.
Con la peculiaridad que tiene esta palabra en latín, y es que se
emplea también para designar al recién nacido. Es evidente, pues,
que la distinción que actualmente hacemos entre embrión y feto no se
sustenta en valores de uso distintos para ambas palabras, sino en la
necesidad que tenemos actualmente de diferenciar fases distintas del
feto. En cuanto a la bellísima palabra brío, que coincide
sonido a sonido con el verbo griego bruw (brýo),
de donde procede embrión, dominó hasta hace poco la creencia de que
ése era precisamente su origen; inducción bastante razonable, tratándose
como se trata de un cultismo. Los etimologistas prefieren hoy como
origen de esta palabra, la celta brigos = fuerza. Lo más
probable es que ambas etimologías se hayan cruzado.
Mariano
Arnal
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