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CIEGO

Nos viene esta palabra de los mismos confines de la humanidad. Señal de que la ceguera no era tan sólo una deficiencia física, sino que estuvo acompañada de las cualidades con que la naturaleza y el tesón han compensado a los ciegos. Nos viene ya del tronco indoeuropeo. En sánscrito ciego era kekarah, y en latín caecus (leído kaekus). Además de designar con este nombre al que no ve, le dieron ya todos los significados metafóricos vigentes entre nosotros: caecus ánimi, ciego de espíritu; caecus cupiditate: cegado por la pasión; caeci ictus, palos de ciego; in caecis núbibus, en los ciegos (negros) nubarrones. En español tenemos en el mismo campo cegar y obcecar. Usamos este atributo con ser (ser ciego), estar (estar ciego), ir (va ciego). Lo usamos también para referirnos a un conducto u orificio obturado u obstruido. Se aplica también al pan y al queso, refiriéndose a que no tiene ojos (agujeros). Dar palos de ciego (los que tenían que dar los pobres para defenderse cuando les agredían), ir, andar u obrar a ciegas, no tener con qué hacer cantar o rezar a un ciego; lazo ciego, jugar a la gallinita ciega, obediencia ciega, romance de ciego, coplas de ciego, oración de ciego, lazo ciego, intestino ciego...he ahí el extenso campo de aplicación de esta palabra.

En latín lo tenemos como nombre propio tanto masculino como femenino: Cecilio (formado a partir de caeculus, diminutivo de caecus = cieguecillo), el fundador de la gens Caecilia quedó ciego salvando de un incendio la estatua de la diosa Atenea. Santa Cecilia (la cieguecilla, significa este nombre) es la patrona de los músicos, oficio al que con predilección se han dedicado los ciegos. Volvemos a encontrar la misma forma del diminutivo latino de caecus en la palabra murciélago, que es el mur (ratón) caéculus (cieguecillo); primitivamente era murciégalo, por supuesto.El nombre de ciego no debió ser de lo más honroso (lo de los Cecilios fue una excepción, y lo de Homero otra): además de padecer los inconvenientes de su ceguera, los ciegos sentían sobre sí la humillación de su minusvalía y de su forzada dependencia de los demás (necesitaban un lazarillo). Ciegos y mancos (dice el refrán con ironía a este propósito) todos somos sanos. O aquel otro del Evangelio: si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en el hoyo (al ciego no le sirve la solidaridad de otro ciego). Ir con tiento o ir a tientas son expresiones que hemos tomado de la manera de andar de los ciegos. Todo tiene que ver con su penosa limitación. La torpeza del ciego fue demasiado a menudo motivo de irrisión para los sanos. Es posible por ello que rehuyesen de su nombre llano para pasar a llamarse y ser llamados invidentes como forma más benigna de su nombre. Está claro que la malignidad no estaba en el nombre, sino en la mala actitud. Este es un caso singular de recuperación de la dignidad y con ella del nombre que se rehuyó anteriormente por considerarlo indigno. Aún hoy se usa el término invidente como forma más respetuosa y considerada de llamar al ciego. Por fortuna la entrada de la Organización Nacional de Ciegos de España en el negocio del juego (¡y pensar que todas las loterías nacieron con intenciones benéficas!) la convirtió en una auténtica potencia económica y formadora, sacando a los ciegos de la mendicidad, de la ignorancia y de la miseria, y devolviéndoles la dignidad. Con organizaciones así, ser ciego es una deficiencia física, pero no moral.

Mariano Arnal