CATARSIS
Es una bella palabra que, tomada de la
medicina, la puso en circulación Aristóteles con el significado ético-estético
que actualmente tiene. El principio aristotélico de la catarsis viene
a decir que la tragedia (la representación teatral) es muy útil
porque los espectadores ven proyectadas en los actores sus bajas
pasiones y sobre todo porque asisten al castigo que éstas merecen; de
esta manera se produce en ellos un efecto purificador. Los
espectadores mediante la contemplación de la tragedia y mediante su
participación anímica en la misma, someten su espíritu a profundas
conmociones que sirven para purgarlo. Cuando salen de participar en el
duro castigo que el destino, y ellos con él, han infligido a los
malvados, sienten su alma más limpia. Se sienten mejores ciudadanos.
Esa es la virtualidad catártica que atribuyó Aristóteles a la
tragedia.
KaqarsiV (kazársis)
tenía dos niveles de significación: el físico-médico y el moral.
En el plano físico significaba purificación, purga y poda; también
llamaban catarsis a la regla. En el plano moral llamaban
catarsis a la satisfacción o descanso por el cumplimiento del deber y
a los ritos de purificación de los que se iniciaban en los misterios.
Procede esta palabra de kaqaroV (kazarós),
que significa limpio (de aquí derivará la palabra "cátaro").
KaqaroV kata to swma kai kata thn yuchn (kazarós
katá to sóma kái katá tén psyjén), que decía Platón.
Limpio de cuerpo y alma; la purificación se hacía mediante
sacrificios lustrales. Kaqarma
(kázarma) era la impureza, aquello que debía ser purificado, y lógicamente
acabó llamándose así a la víctima que se sacrificaba para limpiar
a alguien de sus pecados o impurezas. Los tres grandes elementos
purificadores eran el agua, el fuego y la sangre. El más eficaz de
todos, este último. Kaqarmon thV cwrhV
poieisqai tina (kazarmón
tés jóres poiéiszai tína) era sacrificar a alguien como víctima
propiciatoria por el país.
Es lógico que cuando se tienen muchos
pecados pendientes de lavar, se necesite una víctima con la que
celebrar las ceremonias lustrales (según los más antiguos ritos) o
una representación dramática mediante la cual los espectadores vacían
en el protagonista el mal que tienen en sus espíritus y lo castigan
con la misma dureza con que castigan los dioses. De esta manera
celebran su catarsis colectiva. Ahora bien, para que esa
catarsis sea eficaz se necesitan algunas condiciones rituales o dramáticas
mínimas. Si se trata de ritual, es preciso que la víctima sea
valiosa. A nadie se le hubiese ocurrido jamás ofrecer en un
sacrificio lustral una víctima enferma o moribunda. Una víctima así,
no sólo no tenía la virtud de lavar, sino que producía el efecto
contrario. Y si se trataba de la catarsis mediante el drama, era
imprescindible que el castigo de los dioses cayese sobre un
protagonista en todo su vigor, capaz de desafiar al destino y a los
propios dioses. De lo contrario, no se producía el deseado efecto
purificador. La lógica interna de los sacrificios pide que la víctima
represente el valor de la colectividad que quiere salvarse y
purificarse. No tiene ninguna eficacia sacrificar los despojos: eso no
lava, mancha.
Mariano
Arnal
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