ALZHEIMER
Fue Alois Alzheimer (1864-1917) el neurólogo alemán
que ya en 1906 definió la característica pérdida de
memoria de los ancianos como una enfermedad debida a
lesiones cerebrales. Pudo llegar a esta conclusión
gracias al estudio tenaz de sus pacientes, completados
por la autopsia una vez fallecidos (es aquí cuando
esta palabra adquiere su auténtico significado: “verlo
con sus propios ojos”).
Observemos que el doctor Alzheimer daba a conocer las
conclusiones de sus estudios en 1906, y sin embargo
hemos de llegar a 1980 para que la medicina incorpore
esta enfermedad en el catálogo de las enfermedades más
corrientes. Por lo menos hizo honor a su descubridor
denominándola con su apellido. Se la llamó en un
principio mal o enfermedad de Alzheimer, para acabar
llamándose actualmente alzheimer a secas y en
minúscula.
¿En qué consiste esta enfermedad? Se la suele definir
impropiamente como “demencia senil” y se la describe
como una involución cerebral con lesiones de las
neuronas y de las fibras, y aparición de las placas
seniles. El resultado es una severa disminución de las
facultades intelectuales, siendo la más llamativa y la
que se toma como primer síntoma la pérdida de la
memoria y de la orientación espacial. Se presenta esta
enfermedad en edad avanzada, pero en los casos más
precoces se da a partir de los 45 años. Al no provocar
esta enfermedad ninguna disfunción orgánica, puede
vivirse con ella hasta 20 años.
Es la causa de demencia más frecuente en la población
anciana (entre un 50 % y 80 % del total de las
demencias). Se caracteriza por la aparición de
trastornos mentales como ideas de persecución,
alteración de la memoria, desorientación tanto en el
tiempo como en el espacio, problemas de comprensión
del lenguaje, falta de memoria y conversación
inconexa. Es infrecuente que las lesiones cerebrales
sean tan profundas que afecten al equilibrio y a la
marcha, a la coordinación de movimientos o a los
reflejos.
El nombre de demencia senil sería adecuado si por
demencia entendiésemos tan sólo la deficiencia en el
funcionamiento de la mente, que ese es el valor
genuino de la palabra. Pero al haberse ampliado su
significado a los trastornos mentales profundos que
ponemos bajo la denominación de locura, parece
excesivo denominar esos trastornos como “demencia”.
Esa misma observación hacía al analizar la
denominación de la enfermedad de las vacas “locas”, a
la que se califica así no porque las vacas sufran
trastornos en la conducta, sino porque han perdido el
control de sus extremidades a causa de una lesión
cerebral. No es eso lo que entendemos por locura, ni
admite nuestra lengua que se aplique el calificativo
de demente a quien se pierde en lugares conocidos,
olvida nombres de familiares cercanos, olvida cómo
vestirse, cómo leer o cómo abrir una puerta. Por eso
hemos ganado en claridad y en caridad al denominar
esta enfermedad de los ancianos con el nombre del
médico que la definió y la localizó, distinguiéndola
así de lo que se consideraba el desarrollo normal del
envejecimiento, y poniendo en marcha un proceso de
investigación para conocer más a fondo la enfermedad a
fin de paliarla al menos.
Mariano Arnal