LOS ESTRAGOS DEL CÁNCER 

El inicio de este mes nos sorprendía con la noticia de la muerte de George Harrison, uno de los personajes que marcó profundamente el siglo que acabamos de despedir. Murió “joven” en razón de los parámetros con que medimos hoy la juventud y la vejez. Murió habiendo perdido por lo menos 20 años de vida, si nos atenemos a las actuales expectativas de longevidad. La causa, según declaraba él mismo, fue el cáncer de garganta que le devoró no sólo los años que tenia derecho a vivir y no vivió, sino también la calidad de vida de sus últimos años. 

Una vez más es el tabaco (esa fue al menos la convicción de Harrison), el causante de tan deplorable pérdida. Las estadísticas nos hablan de los miles y miles de víctimas que produce este mal hábito; pero vistos así como bloques numéricos, parece que no impresionan tanto como cuando conocemos a la víctima por su proximidad a nosotros. Es el caso de George Harrison: era algo nuestro, y se nos ha muerto a todos. Y sabemos que la causa de su larga agonía y de su muerte fue un cáncer que se inició en la garganta y luego siguió su mortífero desarrollo hasta acabar con su vida. 

Vale la pena aprovechar esta ocasión en que los efectos mortíferos del tabaco  nos alcanzan a todos por ser la víctima un poco de todos; vale la pena, digo, que en esta circunstancia nos hagamos algunas reflexiones sobre la responsabilidad colectiva en esta interminable secuencia de dolor y muerte. ¿Es sólo una impresión debida al tratamiento distinto de la información, o es cierto que con el paso del tiempo está creciendo la morbilidad del tabaco? Los juicios que se han emprendido contra las empresas tabaqueras están sacando a la luz algunos datos siniestros: parece cosa probada que esas empresas han estado desarrollando una tecnología muy específica, que se ha basado únicamente en el desarrollo de variedades de tabaco que produjeran cada vez más adicción. Para ello han tenido que recurrir a aditivos que luego se ha descubierto que aumentan de manera importante los caracteres cancerígenos del tabaco. 

Pero no es la cuestión si esos aditivos aumentan poco o mucho la peligrosidad del tabaco, sino la total falta de escrúpulos que demuestran los directivos de esas empresas buscando incrementar su mercado engañando al consumidor. Porque esas operaciones aún tendrían un pase si se manifestasen claramente en la cajetilla. Si las autoridades sanitarias han obligado a las compañías tabaqueras a avisar de la peligrosidad genérica del tabaco, ¿qué no habrían obligado a poner en las cajetillas si hubiesen sabido que iba en esa dirección la manipulación (la adulteración más bien) del tabaco? En caso de que en aras de la libertad del consumidor hubiesen permitido tal cosa, nos podemos imaginar lo que pondrían las cajetillas: directamente “Veneno, crea adicción, es mortal a partir de una cajetilla diaria durante diez años seguidos”. Lo que cuesta explicarse de todos modos, es que habiendo evidencias de que las cosas son así, no se esté actuando judicialmente e inspeccionando de oficio para evitar que sigan impunes prácticas comerciales tan reprobables. 

EL ALMANAQUE examina hoy la palabra cancerígeno.

CANCERÍGENO

Con ser un cultismo, para nadie es un misterio el significado de esta palabra: se llama así a todo lo que produce cáncer. Es un compuesto de la palabra latina cáncer, cancri, que significa además de cangrejo, cáncer, gangrena, úlcera; los médicos romanos unieron a las tres afecciones en el mismo nombre porque coinciden y se confunden externamente entre sí. El segundo elemento es griego, de genoV (génos), que significa nacimiento, casta, raza, descendencia, origen; y que en compuestos significa también productor, causante, portador. Ni los griegos ni los romanos sintieron necesidad de crear este término, pues entendieron que el cáncer (karkinoma / karkínoma en griego; ese es el nombre exclusivo de la enfermedad, que en karkinoV / kárkinos comparte nombre con el cangrejo y con otras analogías del mismo); entendieron, digo, que el cáncer era autógeno e inevitable por tanto.

Es el carácter etiológico (de aitia / aitía = causa) de la medicina moderna, asociado de forma inseparable a la medicina preventiva, el responsable de la proliferación de términos médicos terminados en –geno. Todo aquello que descubren como causante de una enfermedad o trastorno, lo marcan con ese sufijo. Esta línea ha dado espléndidos frutos, pero ha mostrado también su punto débil, que es un crecimiento tal de la lista de prácticas y productos generadores de enfermedades, y tan imposible de asumir que debamos regir nuestros hábitos por ese código inacabable de precauciones y prohibiciones, que sólo cuando nos oprime la enfermedad estamos dispuestos a tomarnos en serio el trozo de la lista que nos afecta.

Es el caso de los agentes cancerígenos. Raro es el producto que no ha llevado en algún momento esa nefasta etiqueta, que se ha empleado a menudo en las guerras comerciales para desbancar algún producto del mercado. En la mayoría de los casos la calidad de cancerígeno afecta a unas proporciones tan nimias, que con buen criterio despreciamos, contando con que no nos va a tocar a nosotros.

Una vez más, la falta de órdenes y jerarquías en la terminología médica, la ausencia de algo parecido a la taxonomía en esta rama del saber y del hacer, genera gran confusión y desconfianza. En el maremágnum de la terminología médica resulta que todavía faltan términos, especialmente los de clase, género, especie, familia y demás formas de agrupamiento. Si los causantes de las enfermedades estuvieran mínimamente clasificados, según criterios de gravedad o de probabilidad, tendrían algún valor práctico las listas que no cesan de incrementarse.

En el caso del cáncer es especialmente grave la confusión; en primer lugar porque el largo listado de cánceres catalogados hace que cáncer no sea el nombre de una enfermedad, sino de una extensa categoría de enfermedades; en una de las formas comunes de terminación de la vida de órganos y tejidos. De ahí resulta que los agentes cancerígenos vengan a ser innumerables, hasta causar la impresión de que lo cancerígeno es respirar, comer, vivir.

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