LAS COSAS Y SUS NOMBRES - ORIGEN DE LA PALABRA

¿CREADORES DE QUÉ?

Si destruyendo Naturaleza somos cuerdos de atar, más temibles que la peor de las tormentas, cuando nos ponemos a construir, o nos metemos a creadores (o criadores, que tanto monta), los resultados son de pesadilla. Dejemos de lado la huella que ha marcado el animal hombre en la tierra que le sustenta, en las aguas que le bañan y en el aire que respira; dejemos todo esto de lado porque son insignificancias si lo comparamos con los destrozos que está hacendo en la vida.

Tiremos de pesadilla e imaginemos por un momento que después de echar las cuentas en términos de economía y de poder, decidiese el hombre remodelar a su imagen y semejanza toda la vida que pulula en el planeta. Que encontrase la fórmula para intervenirlo todo, absolutamente todo, y acomodarlo a sus intereses y a su provecho. ¿Qué tendríamos?

No es preciso forzar la imaginación: basta ver lo que ha hecho hasta ahora con el manto vegetal de las zonas intervenidas por la agricultura y por la industria; basta posar los ojos en las especies criadas con mayor interés y esmero; y proyectar esa imagen a la totalidad de la tierra y a todas las especies animales todavía en estado natural, para obtener una visión escatológica del mundo. Le hemos enmendado la plana a la Naturaleza y a fuerza de manipulación tanto genética como tocológica, hemos conseguido miles de razas, entre las cuales son más apreciadas las más atormentadas. Hemos conseguido convertir al mejor amigo del hombre en un juguete tan variado como los que podríamos confeccionar con trapo relleno de paja. ¿Que muchas de esas formas son un insulto a la naturaleza, a la vida y a la estética? ¡Yqué más da, son nuestras creaturas! Si lo que hemos hecho con los perros lo repitiésemos con los caballos, con las jirafas, con los elefantes, con los leones, los tigres, las panteras, los monos, los reptiles, las aves de todas las especies, los peces y cetáceos, ¿en qué quedaría convertido el mundo? ¡Menuda creación!

Y aún este género de manipulación “estética” es relativamente inofensiva, a pesar de que tienen como característica común la mayoría de razas exóticas, el ser de desarrollo, de vida y de supervivencia insostenible. Su razón de ser es nuestra necesidad de tener alguien que dependa totalmente de nosotros, y es gracias a sus limitaciones como safisfacemos esa necesidad nuestra. Creando vidas con poco o sin ningún sentido, es como le damos sentido a nuestra vida. Pero no es en estos animales “de compañía” donde mostramos nuestro peor sentido de la creación. Si a esas aberraciones llegamos con nuestros animales de compañía, ¿qué no seremos capaces de hacer con los animales a los que nos proponemos explotar? En cuanto llegamos a la economía, la cosa es que no tiene nombre. Tal como el animal de compañía es “alguien”, el que nos hemos de comer “no es nadie”. Prescindimos totalmente de que son animales y los tratamos directamente como carne, ya desde que nacen. Prescindimos de que tengan vida y de que sientan. Es antieconómico fijarse en eso.

EL ALMANAQUE se detiene hoy en la palabra carnicero, tan noble que a malas penas somos merecedores de ella.

CARNICERO

Este término se aplica con mayor propiedad al animal que da muerte a otro para comérselo. Al introducir la taxonomía el orden de los carnívoros, es decir los devoradores de carne, cayó en desuso el empleo de la palabra carnicero en el sentido arriba indicado, y fue sustituida por el cultismo “carnívoro”. La especie humana también es una especie carnicera en el sentido más clásico de la palabra, pero tiene un comportamiento distinto al del resto de animales carniceros, aunque sin salirse de la definición; y en este sentido no se aparta en exceso de los demás animales.

Efectivamente, lo propio de todo carnicero es dar muerte al animal que se ha de comer. En cuanto al procedimiento de dar muerte, la Naturaleza ha tenido la misericordia de procurar que ésta sea lo menos dolorosa posible físicamente, e inadvertida psíquicamente. En general podríamos decir que los animales no saben lo que es la muerte: la naturaleza no les da ocasión de experimentarla como tal, ni en los animales que matan, ni cuando ven caer a sus congéneres víctimas de otro carnívoro. El animal cazado acaba su vida totalmente ajeno al desenlace del episodio en que muere, y sin experiencia alguna como referente. Simplemente vive, y lo hace con muchísima mayor intensidad en los momentos que preceden a su muerte, que siempre le llega de fuera, que no tiene entidad por tanto; es decir que el animal no tiene la vivencia de su muerte. De todos modos, esto varía según la especie de carnicero que se ocupe de ello.

¿Y cómo se las compone el hombre, carnicero donde los haya, para dar muerte a sus víctimas? Siendo un caso único, de hecho una desviación de la naturaleza, no está nada claro que haya que clasificarlo entre los carniceros, porque para llamarse así es preciso que dar muerte a las víctimas, cazarlas, no encontrárselas muertas. A los que se alimentan de carne muerta no se les llama carniceros, sino carroñeros.

El dilema está en si el nombre que conviene al hombre es el de carnicero o el de carroñero. Para responder a esa pregunta hemos de plantearnos si lo que criamos para comer son animales vivos o si se trata más bien de animales muertos. ¿Que suena retórica esta disquisición? Quizás sí, pero son tantas las características de animal muerto que concurren en los animales de los que nos alimentamos, que vale la pena que nos planteemos la cuestión en estos términos. Ciertamente que no son animales clínicamente muertos los que van al matadero, pero es igual de cierto que a esos animales hemos empezado a matarlos mucho antes de completar su ciclo mortal (no iremos a llamarlo vital, ¿no?). En efecto, todos ellos, aunque algunos de manera más evidente que otros, en el momento de ser sacrificados (como si no se les hubiera sacrificado antes y martirizado hasta el heroísmo) presentan un cuadro clínico propio de un enfermo moribundo. Es que desde el día que nacen son sometidos a formas de alimentación y condiciones de “vida” que desembocan en muerte prematura. Para evitar este desenlace antiestético y antinormativo, se les sacrifica poco antes de que se mueran ellos solos. ¿Somos, pues, carniceros o carroñeros? Cada vez estamos más cerca de esto último. Esa es nuestra peculiar manera de crear; esa es una de las singulares formas de “vida” que hemos diseñado.