VERBENA
Es una palabra polisémica: todo hablante reconoce en ella las
celebraciones en la noche que precede a las grandes festividades veraniegas (en La
Verbena de la Paloma tenemos fijado este valor), y la hierba curativa y milagrera que
en las noches mágicas tiene determinadas propiedades fecundantes y curativas. Este parece
que fue el significado que dio origen a la celebración de las verbenas, fiestas
vitalistas en que se despliegan toda clase de símbolos y ritos de vida y fecundidad.
La palabra nos viene directamente del latín, sin alteración
alguna: verbena es su forma original. Parece evidente su condición de
derivado de verber (varita, verga, mimbre), que dio lugar al verbo verberare
(azotar, golpear, apalear, herir, sacudir), y a los sustantivos verberatio,
que es la acción de azotar o vapulear, y verbero (ac. verberonem),
que es como se llamaba al merecedor de azotes, al bribón. Volviendo a su origen, verber,
parece obvio, por cuanto los romanos dieron el nombre de verbena a las frondas
sagradas, es decir a las ramas de los árboles sagrados: el laurel, el olivo y el mirto
(arrayán), y luego también y especialmente el romero; parece obvio que en todo caso se
trataba de ramas, y no de hierbas. Siendo así, es inevitable asociar este nombre con el
que tiene todos los visos de ser su forma verbal: verberare, y pasar de ahí a los
ritos en que la verberatio jugaba un papel decisivo. Como referente clásico e
inconcuso tenemos las Lupercales, esas fiestas romanas en que los sacerdotes lupercos,
cubiertos con las pieles de los corderos y perros recién inmolados, corrían tras la
multitud con correas hechas de esas mismas pieles, golpeando con éstas en especial a las
mujeres para atraer la fecundidad sobre ellas. Con la abundancia de referentes de este
género en todas las culturas, me cuesta creer que la verbena no tenga ninguna
relación con el verberare, cuando sí tienen que ver las verbenas con rituales de
fertilidad y con fiestas que en ella desembocan. En España se han cruzado la verbena
romana con la celta (parece que en este caso se trata claramente de hierbas y pócimas), y
por supuesto con otros sustratos culturales, por lo que es imposible fijar un valor único
para la verbena; me limito por tanto a indicar la afinidad de ésta con el verbo que
significa azotar, y el valor ritual y mágico de los azotes con objetos sagrados (en este
caso, ramas sagradas, llamadas por los romanos verbenas).
Redondeando la información sobre esta palabra, hay que decir que
en ella se cifra la presencia de la vegetación (en su forma más noble, que es el árbol,
representado por una parte del mismo, la fronda, es decir la rama) en los ritos romanos.
Entre las ofrendas que se hacían a los dioses figuraban por tanto las ramas de los
árboles más nobles: el laurel, el olivo y el mirto. Con ellas se adornaba el altar, los
sacerdotes y las víctimas. Se llamaban también por ello ságmina (de la misma
raíz que sacer, sacrum, sacramentum), que significa hierba o rama sagrada; y los
feciales (sacerdotes) que las llevaban, recibían el nombre de verbenarius o verbenatus.
Precisamente uno de los significados por los que pasó la verbena fue por el de
romero: cuando tenían que salir de la patria, los feciales llevaban consigo una planta de
romero con toda la tierra y piedras adheridas a las raíces,en señal de que no
abandonaban la tierra patria.
Mariano Arnal
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